Caminaré por el Valle de las Sombras
(Colección Look de Té)
Jorge Bustos
A Mariano Rajoy la ventolera estercolizada de los medios nunca alcanza a despeinarle, y su fe en las instituciones y el parlamentarismo, de puro ordinaria, asombra como una provocación en tiempos de emociones apocalípticas.
Empezó Rajoy a ganar el Debate como mandan los cánones retóricos desde Quintiliano, o sea, captando la benevolencia de un público cabreado mediante la empatía con la desgracia común, exponiendo la nutrida gama de fealdades económicas que justifican precisamente el cabreo nacional. A partir de ahí, claro, sólo se puede ir a mejor, y a ello se puso el presidente, muy imbuido de estadismo, sin renunciar a la invocación axial de la nefasta herencia socialista porque ni quiere ni puede olvidarla, que para eso dijo encontrarse un déficit insospechado del 9%. En diciembre de 2011 nadie daba un euro por España y hoy la amenaza del rescate se ha evaporado, retorna la inversión, se coloca la deuda: “No pretendo distribuir un optimismo vacío. No he cumplido con mis promesas, pero sí con mi deber”. Y si convenimos en la boutade wildeana de que la primera obligación de un gobernante es incumplir su programa, no nos sorprenderá tanto la firmeza con que ayer reivindicó su dolorosa cirugía, aunque la calle sigue clamando.
Rajoy no habló para la prensa y ni siquiera para sus gobernados –mientras que sólo una de cada cuatro frases de Rubalcaba no parece diseñada para la tele–, sino para la troika y para los mercados, al punto de que durante los cinco primeros minutos de su discurso de hora y media la prima bajó dos puntos. Que si llega a alargar el Debate, acabamos superando el PIB alemán. Anunció facilidades a pymes, emprendedores y jóvenes en edad de merecer contrato, así como un Estatuto del Cargo Público contra la corrupción, en cuya refutación no se dejó una sola cana de la barba más allá del necesario recordatorio de la obviedad: “Ni todos los políticos se corrompen ni España es la nación más corrupta”. La oposición escuchaba en silencio, porque Rajoy sabe evitar frases filosas que la solivianten y practica con maestría el arrullo al diputado bajo la funda nórdica de cifras apabullantes como plumas de ganso. En cuanto al nacionalismo, ni un mililitro de gasolina centralista que lo avive: se limitó a leer dos artículos de la Constitución.
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