Abc
El cine es el libro de los que no leen libros.
Cómo odiará la gente la lectura, que hasta el cine ha desaparecido.
Yo, que vivo en un barrio céntrico de Madrid, si un día me diera por ir al cine, estaría no menos de una hora andando hasta dar con el más próximo.
Y, sin embargo, todo el mundo dice estar pendiente de los Oscar y los Goya: sin duda, son los mismos espectadores de Jordi González que declaran no ver otra cosa que los documentales de La 2.
Con el cine, pues, ocurre igual que con el fascismo y los dinosaurios: cuanto más se alejan de nosotros, más hablamos de ellos.
Hablamos (me hablan) de Michelle Obama, primera dama americana en palmear las espaldas de la reina de Inglaterra, que acudió (la dama, no la reina) a la gala de los donantes de su marido, el emperador (el Septimio Severo de América).
–Olvídense de la separación Iglesia-Estado. Necesitamos una separación Hollywood-Estado.
¿Y "Lincoln"?
Leyendo una biografía de Lincoln escrita por Carl Sandburg, Borges descubrió cosas bastante horribles.
–Sobre la esclavitud dice en Boston: “Todo americano nace libre”. Pero en Alabama se lo recriminan, y con habilidad responde: “Todo americano nace libre, sí, pero debo agregar que si dos razas tienen que convivir, la raza inferior tiene que estar supeditada a la superior”.
Dos Oscar para “Lincoln”, frente a los diez de “Blancanieves” en España, donde sigue dando que hablar el alegato joseantoniano de Maribel Verdú contra el capitalismo, que roba a los pobres para dárselo a los ricos, “el fenómeno más tremendo de nuestra época”, como denunciara el fundador de la Falange en el Círculo Mercantil de Madrid.
Esta deriva verdulera exime a Maribel de ese síndrome Lugosi (terminó creyéndose un vampiro) que, según Juaristi, sería la causa, al cabo de décadas encarnando a milicianas, de la afición de nuestras actrices a escenificar insurrecciones bolcheviques.
Más cine, por favor, cantaba Aute.