Carterismo
(Colección Look de Té)
Jorge Bustos
Me tiene fascinado el “clan de las bosnias”, cinco reputadas carteristas que acaban de ser detenidas y a las que un juez, en medida cautelar sin precedentes, ha impuesto la prohibición de pisar el metro, que era la oficina particular de estas cleptómanas magistrales. Diez años llevaban sustrayendo carteras a los viajeros más panolis del metro madrileño. Las capitaneaba Raifa, de 30 años, que distribuía metódicamente a su plantilla por áreas de trabajo seleccionadas tras un riguroso estudio de mercado de masividad humana –un concierto, una partido de fútbol, una manifa prodemocrática–, y que asimismo se encargaba de marcar a las víctimas, como los lobos a los caribúes cojos. Las bosnias usaban su propio cuerpo para demorarse distraídamente entre las puertas recién abiertas del vagón, generando un tapón de lo más lujurioso para la elástica muñeca de Zahida, cuyo desparpajo extractivo evoca a los árbitros de Sánchez Arminio, igualmente peritos en robarte la cartera cuando vienen a Madrid. Entre las cinco suman 330 antecedentes. Hablamos de las que posiblemente sean las cinco mejores artistas de la disciplina en décadas, verdadera cumbre del carterismo que está pidiendo a gritos un Ocean's Five a la española.
El carterismo atraviesa con la crisis un apogeo clásico como la jardinería durante la Ilustración, y tiene sus pioneros y sus discípulos y sus epígonos. Si De Quincey escribió del asesinato como una de las bellas artes, no hay motivo para no extender al hurto el manto dignificante de las musas. El arte es técnica e inspiración, estilo y profundidad, y un carterista sin ambas cosas está condenado a morirse de hambre o a ponerse a trabajar, que ya es lo más bajo.
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