martes, 27 de febrero de 2024

Ruido de cocos


Los caballeros de la mesa cuadrada tocando los cocos


Ignacio Ruiz Quintano

Abc


Una de las visiones de la Historia que más nos fascinaban en la escuela era la de la noche en que Hegel oyó desde su casa los cascos de los caballos de la escolta de Napoleón camino de la batalla de Jena.


Es realmente maravilloso ver concentrado en un punto, a lomos de un caballo, a un individuo que invade el mundo y lo domina –pensó el filósofo, y se sentó a escribir su “Fenomenología del Espíritu”.


Para los nuevos, digamos que Hegel es el alemán que inventó una lógica según la cual la batalla de las ideas (ésa que la derecha española, de naturaleza oportunista, nunca ha dado, pues, como dice Hernando, su ideólogo, “unos principios inquebrantables te convierten en una opción inútil”) opone dos “tesis” antagónicas: la tesis se opone a la antítesis y de la lucha surge la síntesis, que se queda con lo mejor de ambas, o sea, y entre nosotros, la socialdemocracia.


Uno, que no es alemán, desde casa también oye ruido de cascos, pero no de caballos, sino de liberalios que para echárselas de neocones a los que les roncan los cojones imitan el tocotoc equino frotando dos cocos, como los guerreros de los Monty Python en “Los caballeros de la mesa cuadrada”. Para vendernos el 78 traicionando a la Ruptura, Carrillo recurrió al Ruido de Sables, y para vendernos la IIIGM traicionando al Sentido Común los tintanqueros recurren al Ruido de Cocos (del “Cocos nucifera”, nada que ver con los “cé-cé-ó-ó de Urdaci en TV). Los delata la música, que parece la banda sonora de Iraq: entonces Hitler invadió “Kwai”, como decía Hermida, y, “lean mis labios”, tenía armas de destrucción masiva y quería conquistar Oriente Medio. Ahora Hitler invade Ucrania, tiene “sajarovas” orbitando la Tierra y quiere conquistar “las democracias liberales”, transformadas en patocracias.


El mayor de los Machado se “pintó” una vez de niño que apoya su sien en un libro-caja de música, escena que luego servirá a Ruano para la necrológica: “Con melancolía ladeo también ahora mi cabeza. ¿Será, Dios mío, una misma canción? ¿Todos tenemos el oído pendiente de una canción lejana que el ruido de los hombres, de nuestros propios pasos, no nos deja oír exactamente? Es probable que la idea final del hombre que muere sea la de que va a nacer. Y esa música sea la nana dulce del pobre niño que todo hombre lleva dentro martirizado por el hombre que lleva fuera”.


En este corral de cuernos que es España vamos a doblar todos con la cabeza ladeada sobre la caja de música y en la boca las palabras del gallo de Esculapio en el cuento de Clarín: cuando los discípulos del sabio se disponen a cumplir el encargo, el gallo les recuerda que en Sócrates todo es ironía, pero el retrasado de Critón pega una pedrada al gallo, que cae cantando:


¡Quiquiriquí! Cúmplase el destino. Hágase en mí según la voluntad de los imbéciles.


[Martes, 20 de Febrero]