domingo, 11 de febrero de 2024

En busca de la prevalencia de los idiotas XXVIII


Aristóteles


Martín-Miguel Rubio Esteban


«La Asamblea Soberana» es un lugar común que se encuentra en casi todos los relatos sobre la democracia ateniense. ¿Pero es cierto que la ekklêsía era la verdadera soberana? Probablemente así era en la época de Pericles. Hasta donde sabemos, todas las leyes y todos los decretos importantes eran aprobados por el dêmos en la ekklêsía; y la ekklêsía podía incluso transformarse en un tribunal de justicia donde los principales juicios políticos fueran vistos directamente por el dêmos. La Atenas del siglo IV, sin embargo, fue diferente. Después de las dos revoluciones oligárquicas del 411 y 404, la democracia fue firmemente restaurada en 403. Pero no era ya la «democracia pericleana» lo que los atenienses querían reintroducir. Muchos acariciaban la idea de que la mejor constitución era la constitución ancestral, «hê patriòs politeía», y para encontrar la mejor forma de democracia se remontaban a Clístenes o incluso más atrás, a Solón o Teseo. Así, cuando se hablaba de política exterior en la ekklêsía, el período elogiado por los atenienses era, por supuesto, la guerra persa seguida de la Liga de Delos, y los héroes eran Milcíades, Temístocles, Arístides y Pericles. Pero cuando los atenienses discutían su constitución volvían una y otra vez a períodos anteriores y los grandes ejemplos ya no eran Efialtes ni Pericles, sino a veces Clístenes y sobre todo Solón o Dracón, o incluso el mítico Teseo. En 403 los atenienses decidieron codificar todas sus leyes, y el decreto que regulaba la codificación se abría con una declaración sobre el carácter general de la democracia resucitada: «Que los atenienses sean gobernados como sus antepasados, y que utilicen las leyes, los pesos y medidas de Solón y las ordenanzas de Dracón como en tiempos antiguos» (Andócides 1. 83). No pocas veces se responsabilizó a los demagogos de la derrota ateniense en la guerra del Peloponeso: habían pervertido la democracia y manipulado al dêmos. Es sobre todo Cleofonte, un Sánchez de la época, a quien se le culpa por haber engañado al pueblo y haber provocado la derrota ateniense. Los atenienses del año 403 querían reemplazar la democracia radical del siglo V por una forma de democracia más moderada, o mejor dicho, mejor organizada para no hacerse daño ella misma. La línea de demarcación entre reformas moderadas y antidemocráticas debe haber sido borrosa, pero, en general, los atenienses no fueron demasiado lejos. Por un lado, rechazaron una propuesta presentada por Formisio de que los derechos ciudadanos plenos se concedieran sólo a los propietarios de tierras (Lisias 34). Y, por otro lado, los poderes de la ekklêsía quedaron algo reducidos. En la Atenas del siglo IV, un cambio constitucional importante fue que tanto la legislación como la jurisdicción fueron transferidas del dêmos reunido en la ekklêsía a los 6.000 jurados que actuaban como nomothêtai (legisladores) y como dikastaí (jueces). Así, aparte de las elecciones, los poderes de la ekklêsía se redujeron cada vez más a lo que tendemos a subsumir bajo el imperio del “poder ejecutivo”: todas las decisiones de política exterior todavía las tomaba el pueblo reunido en asamblea, pero en política interna la ekklêsía casi se convirtió en algo puramente administrativo, un órgano de gobierno que tomaba decisiones individuales según lo establecido por las leyes. Sólo en tiempos de crisis, como por ejemplo durante la guerra contra Filipo de Macedonia entre los años 340 a 338, el pueblo, excepcionalmente, retomó los amplios poderes que había tenido en el siglo V. Las fuentes aducidas regularmente en apoyo de la soberanía de la ekklêsía de hecho apoyan la opinión opuesta, es decir, que la ekklêsía no era soberana. Dada la importancia del problema, analizaremos las tres fuentes principales con algunos detalles y reflexiones.


En el cuarto libro de la Política, Aristóteles avanza sus puntos de vista sobre las diversas partes de una constitución: «Hay tres elementos (mória) en todas las constituciones… de estos tres, el primero delibera (tò bouleuómenon) sobre asuntos de interés común, el segundo se ocupa de magistrados (tàs archás) (es decir, cuáles son necesarios, para qué están facultados y cómo se eligen (haíresin), y el tercero es el poder judicial (tò dikádson). El elemento deliberativo es soberano (kýrion): sobre la guerra y la paz y la formación y disolución de alianzas, sobre las leyes, sobre las penas de muerte, exilio y confiscación de propiedades, y sobre elección de magistrados y la rendición de cuentas ( tôn euthynôn )… Que todos los ciudadanos deliberen sobre todos los asuntos es democrático (dêmotikón), ya que esta forma de igualdad (isótêta) es el objetivo del pueblo en todas partes” ( Política 1297b37-98a11 ). Tò bouleuómenon, hê archê y tò dikádson son los tres poderes del Estado que las verdaderas democracias separan desde hace más de dos mil quinientos años. Y los griegos no necesitaron ni a Montesquieu ni a la Revolución Francesa para descubrir el secreto que ellos fueron los primeros en revelar a la Humanidad, y que consiste en curar la enfermedad de los reyes (tò tôn Basileôn nosêma), en palabras de Platón, con la misma enfermedad, dividiendo al poder en tres partes para que combatiendo entre sí esos tres poderes, cada uno intentando penetrar en el campo de los otros, se garantice la libertad de los idiôtai. Porque el polítês (ciudadano) en una democracia tiene dos caras, la del “idiôtês”, el particular que vive su vida a su albur, según se le antoje y los dioses quieran, y la del “archôn”, la del ciudadano comprometido en lo político para garantizar el bienestar colectivo ( vid. Lisias, “Defensa de Calias ante una acusación de sacrilegio”, 3 ). Y los tres poderes del Estado califican con triple adjetivo a cada ciudadano. En el mismo siglo la República Romana también dividía el poder del Estado en las típicas ramas ejecutiva, legislativa y judicial a través de cuatro tipos de asambleas: comitia tributa, comitia centuriata, comitia curiata y concilia plebis, que estudiaremos pormenorizadamente en próximas entregas. Y también en Roma el ciudadano será calificado triplemente en relación a esos tres poderes del Estado: por su clase en los comitia centuriata, por su domicilio en los comitia tributa, y por su linaje en los comitia curiata.


     Al hacer las dos siguientes suposiciones, muchos historiadores han citado ese pasaje aristotélico como prueba de su opinión de que la soberanía en Atenas recaía en la ekklêsía. Los dos supuestos son: (a) que «todos los ciudadanos deliberan sobre todos los asuntos» se entiende que significa que «todos los ciudadanos deliberan sobre todos los asuntos de la ekklêsía«; (b) que, aunque la doctrina se expresa en términos generales, Aristóteles debe tener en mente a Atenas cada vez que escribe sobre instituciones democráticas. Ambas suposiciones, sin embargo, quedan refutadas por una comparación entre la «separación de poderes» descrita por Aristóteles y las instituciones democráticas atenienses en la época de Aristóteles. ( Hecho 1 ) La guerra, la paz y las alianzas eran hechas por el pueblo reunido en la ekklêsía. (Hecho 2) Las leyes (nómoi) eran aprobadas por los nomothêtai y no por el dêmos reunido en la ekklêsía. (Hecho 3) Después de aproximadamente el 355, la sentencia de muerte, exilio o confiscación de bienes era impuesta invariablemente por un dikastêrion y nunca por la ekklêsía; antes de aproximadamente el 355 los juicios políticos importantes eran oídos sólo ocasionalmente por la ekklêsía. (Hecho 4) La elección de los magistrados se llevaba a cabo en la ekklêsía, pero la mayoría de los magistrados eran seleccionados por sorteo. (Hecho 5) Tanto el examen-interrogatorio de los magistrados entrantes (dokimasía) como la auditoría al finalizar su cargo (euthyna) eran procedimientos que entraban exclusivamente dentro de la jurisdicción de los dikastêria, es decir, en los tribunales populares, y no en la ekklêsía. Así, la soberanía no recaía en la ekklêsía sino que estaba dividida entre la ekklesía, los nomothêtai y los dikastêria. Tanto los nomothêtai como los dikastai, sin embargo, eran seleccionados por sorteo por un día entre un panel de 6.000 jurados seleccionados por sorteo para un año. De hecho, Aristóteles tiene razón cuando afirma que, en una democracia, todos los ciudadanos deliberan sobre todos los asuntos. Sólo que no hay que olvidar la condición que él mismo se hace: a veces lo hacen todos simultáneamente, y otras por turnos (Aristóteles, Política, 1298a12-17; 1317b2-3, 18-19). Debemos descartar este pasaje como evidencia de la soberanía de la ekklêsía ateniense. No tiene por qué aplicarse a Atenas, y si se aplica a Atenas, demuestra que la ekklêsía no era soberana por completo.


En su estudio del desarrollo de la constitución ateniense, Aristóteles hace el siguiente comentario sucinto sobre aquella democracia contemporánea a él: «El pueblo (ho dêmos) se ha hecho dueño de todo, y todo es administrado por decretos (psêphísmata) y por tribunales populares (dikastêria) en el que el poder reside en el pueblo (ho dêmos)» (Athenaiôn Politeia 41.2. Para la yuxtaposición de psêphísmata y dikastêria cf. Esquines 2.178). Este pasaje a menudo se aduce como evidencia de la soberanía de la ekklêsía y se le da la siguiente interpretación: el pueblo (= la asamblea del pueblo) es soberano, y los dikastêria (dirigidos por el pueblo soberano) son de hecho sólo comités del pueblo. (=la asamblea del pueblo). Pero eso no es lo que dice Aristóteles. En este pasaje «dêmos» denota no todo el pueblo, sino la gente común («hoi idiôtai»), es decir, los pobres. Según Aristóteles, Atenas es una democracia radical (la clasificación de Atenas como democracia radical es evidente en Athenaíôn Politeía 41.2) en la que la gente común ejerce su poder tanto en la ekklêsía (aprobando decretos) como en los dikastêria aprobando veredictos. Por lo tanto, una comprensión adecuada del término dêmos elimina tanto la opinión de que la ekklêsía era el cuerpo soberano de gobierno como la opinión de que los dikastêria eran manifestaciones del pueblo (el dêmos). Lo que Aristóteles nos dice es más bien que la toma de decisiones políticas en la Atenas contemporánea estaba dividida entre dos instituciones: la ekklêsía y los dikastêria, pero que ambas instituciones estaban dominadas por el dêmos, es decir, la gente común (hoi idiôtai).


La tercera fuente es una descripción en un discurso forense alrededor del año 340 del procedimiento utilizado por los atenienses para la naturalización de extranjeros: «Porque el pueblo ateniense (ho tôn Athenaiôn dêmos), aunque tiene autoridad suprema sobre todas las cosas en el estado, y está en su poder hacer lo que le plazca, sin embargo, consideró el don de la ciudadanía ateniense como algo tan honorable y sagrado que promulgó en su propia restricción leyes a las que debe ajustarse cuando desea crear un ciudadano» (Demóstenes 59.89). Aquí el orador afirma explícitamente que el pueblo ateniense está investido de poderes supremos. El problema es, una vez más, que «ho dêmos tôn Athenaíôn» no denota a la ekklêsía ateniense (como sostienen varios estudiosos) sino al pueblo ateniense sin referencia explícita a ningún organismo de gobierno en particular. Así, el autor explica en las siguientes secciones (88-91) que el poder se divide entre la ekklêsía (= el dêmos en el sentido institucional más estricto, que aprueba y ratifica el decreto de ciudadanía) y los dikastêria (que están facultados para examinar si el decreto es constitucional y conveniente). La interferencia debe ser que el pasaje describe la soberanía del pueblo ateniense en general, y no de la ekklêsía ateniense en particular.


      Todas las fuentes, incluidos los tres pasajes analizados anteriormente, apuntan a la conclusión de que el poder de tomar decisiones importantes en la Atenas del siglo IV estaba compartido entre tres órganos de gobierno: la ekklêsía, que tenía en sus manos el poder ejecutivo, los nomothêtai, que representaba el poder legislativo y el tribunal constitucional, y los dikastêria, quienes ejercían el poder judicial. Una fuente muy valiosa (que ha pasado desapercibida) es la Rhetorica 1354b-8, de Aristóteles, en donde al nomothêtês, al ekklêsiastês y al dikastês se mencionan uno al lado del otro, pero se mantienen separados como personas diferentes que desempeñan funciones diferentes. La triple calificación del ciudadano de la que hemos hablado antes. Sólo la ekklêsía era una manifestación del dêmos, mientras que los nomothêtai y los dikastai eran seleccionados, como ya hemos dicho, por sorteo por un día entre un panel de 6.000 jurados (hoi omomokotes ton heliastikón hórkon) quienes, asimismo, habían sido seleccionados por sorteo para un año. Pero aunque se creía que ni los nomothêtai ni los dikastaí encarnaban el dêmos (es decir, el conjunto del pueblo), ambos órganos de gobierno eran ciertamente democráticos, y el principio de que todos los ciudadanos deliberaban sobre todos los asuntos se cumplía por rotación. De este modo, todos los ciudadanos (que así lo deseaban) participaban en el proceso de toma de decisiones. Como ekklêsiastaí participaban simultáneamente, como nomothêtai y como dikastaí debían turnarse. Es así que la Democracia Ateniense, tras las terribles experiencias de la Guerra del Peloponeso y el Gobierno de los Treinta Tiranos, descubrió la separación de poderes para garantizar la libertad del dêmos y la posibilidad de una vida de “idiôtês”.


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