viernes, 23 de febrero de 2024

Alta Cultura


El Tadzio de Visconti


El Tasio de Armendáriz


Ignacio Ruiz Quintano

Abc


El Consejo de Ministros, sea eso lo que fuere, nombra directora para la Oficina de Cultura en La Moncloa, sede de la Alta Cultura, independiente del ministro del ramo Urtasun, el “Tasio” (hablamos del Patxi Bisquert de Armendáriz, no del Björn Andrésen de Visconti) de La Casa de las Siete Chimeneas, sede de la Baja Cultura, la de quienes creen saber, y así no tienen que aprender.


Napoleón, todo un militarón, da nombre al bonapartismo, y en Alemania, como sabemos por Talleyrand, invitaba a almorzar a Goethe, a quien tenía por el primer poeta trágico del país, aunque no tan riguroso como los franceses en las reglas teatrales. “¿Es usted de los que gustan de Tácito?” “¡Sí, Sire, mucho!” “¡Pues bien! Yo no.”


Para Napoleón, una buena tragedia debía considerarse como la más digna escuela de los espíritus superiores: es superior a la historia…, y el historiador Tácito, decía, a él no le había enseñado nada. “¿Conoce usted –pregunta a Goethe– a algún detractor de la humanidad mayor y más injusto?”


¡Y qué estilo! ¡Qué noche, siempre oscura! Yo no soy un gran latinista, pero deduzco que la oscuridad le es propia, con origen en su genio y en su estilo.


Wieland, que acompaña a Goethe en la mesa, recuerda a Napoleón que Racine llamó a Tácito “el mayor pintor de la Antigüedad”, y le apunta una observación: “Vuestra Majestad dice que al leer a Tácito sólo ve a delatores, a asesinos y a bandidos; pero, Sire, eso era precisamente el Imperio romano, gobernado por los monstruos que describe la pluma de Tácito”… Y así entretuvieron una sobremesa de más de dos horas.


Sánchez, todo un doctor, da nombre al sanchismo, cuyas dos cimas culturales son Eurovisión, con la canción “Zorra”, y los Goya, “obscenario” de la ideología oficial de eso que Curtis Yarvin llama “clase directiva profesional”, último paso de la evolución del socialismo con la difusión de las modas aristocráticas entre las clases medias (sociales, intelectuales, financieras). En ese “obscenario”, instalado en la Florencia de la Renault, sólo se habló, entre eructos o regüeldos, de culos y de pollas; de “lo rahez hispánico”, que diría don Claudio Sánchez-Albornoz, algo más que mero exponente de la mala educación de los españoles que Américo Castro atribuía a la influencia arábiga de las frases sucias y escabrosas de Ibn Hazm, padre de la religión comparada, sin caer en la cuenta de que Ibn Hazm era “pura raza española”, al decir de Albornoz, que pone sobre la mesa las frases muy sucias de Séneca en sus epístolas, o las de Marcial en sus epigramas, o las de Beato de Liébana en sus comentarios.


Los pueblos deben poner su confianza en las lanzas de sus soldados más que en el coño de sus mujeres –dijo famosamente la hermana del rey gallego Bermudo II cuando era llevada a Córdoba como esclava para el harén de Almanzor.


Que parece que no hubieran pasado los siglos.


[Viernes, 16 de Febrero]