El principito en gacería
Francisco Javier Gómez Izquierdo
Amanece el día con toda la parroquia de Antonio, mi bar de confianza, clamando contra una torre de Babel que constato no tiene claro la concurrencia cómo viene contado el episodio en la Biblia. Rafaé, que fue hermano mayor, se pone interesante y contundente y pontifica que las lenguas las hizo Dios para castigar la soberbia de los hombres. Rafaé es cliente que siempre se ha hecho respetar por su corrección en el vestir, hablar y convidar y no hay habitual que le corrija. Unos cadetes de entre dieciséis y dieciocho, que estudian no sé qué cosa moderna al lado del Bar y a los que pincha Falín con su natural inquiridor no les suenan de nada las historias de la Biblia y confiesan que ni ven los telediarios ni les interesa la política y que votarían al que bajara el precio de esas tostadas de aceite virgen extra que Antonio no ha tenido más remedio que subir 20 céntimos.
Alucinado con la mamarrachada consentida ayer en el Congreso, me permito apuntar a Rafaé que si leemos correctamente el capítulo 11 del Génesis, Yahvéh (un Yahvéh casi humano) se incomodó del poder de los hombres porque la Tierra tenía un solo lenguaje y unas mismas palabras y que los hombres se establecieron en la tierra de Sinar (Mesopotamia) y decidieron fundar una ciudad y construir una torre que llegara al cielo y... etc. Por eso, porque se entendían, el Dios de la Biblia les condenó a no entenderse y dispersarse por todo el mundo.
¿Temió Yahvéh el que todos los hombres de la Tierra se entendieran en un sólo idioma? ¿Temor de dioses al poder de la lengua más hablada? Uno lleva tiempo sin creer a nadie pero no puedo dejar de admirar la jeta que tienen algunos para mentir con solemnidad y llamarte tonto e incapaz con una soltura y desvergüenza que sólo puede venir del carácter divino que a sí mismo se adjudica un racismo con varias ramas: las de los que lo son a conciencia, las de los que les da para Audi y casoplón practicándolo y aquéllas que lo son sin saberlo o mejor aún, sin comprenderlo.
Los independentistas catalanes, convencidos de su naturaleza divina, han encomendado a su profeta, un tal Puigdemont, que como Moisés ante el Faraón de Egipto, exija imposibles al hombre que quiere mandar a todas las tribus de España, como si España fuera esa Mesopotamia que sigue sin entenderse desde lo de Babel. Los secesionistas parece que piden imposibles, pero no; exigen como si fueran dioses. Dioses menores, quizás..., pero dioses. Y así, lo que se consideraba sede sagrada de la soberanía nacional, donde todos estaban obligados por leyes y reglamento a entenderse en el idioma oficial, ha perdido categoría y se convierte en patio con corrillos donde unos hablan para que lo importante no se entienda. Viejo truco que el gran Melquíades nos explicaba con la gacería de Cantalejo, su pueblo. La gacería es un idioma que viene de los trilleros; los que venden trillos; no los del trile cubiletero. Es idioma que permanece porque lo cuidan los briqueros, que es como se llama a los de Cantalejo y que significa constructor de trillos. Consumada la mamarrachada ¿por qué no exigir intérprete de la gacería en el Congreso, que es idioma que se formó hacia el siglo X cuando el Sur del Duero fue repoblado por burgaleses, sorianos y navarros ¡¡¡QUE HABLABAN EL VASCO!!! ?
"¡Qué siertería garlear sin que aterven los manes!" O lo que es lo mismo: "¡Que gozada hablar del negocio sin que se enteren los primaveras!"