Franco Corelli
Jean Marais
Luis Rubiales
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Aplaudir ¿para qué? Ésa sería la pregunta ontológica de Lenin, porque lo de la libertad, a la vista, hoy, de lo que hay delante (y detrás), resultó ser lo que se llamaba “pregunta capciosa” (“ociosa”, escribía siempre un compañero de Redacción, autor de la mejor greguería involuntaria a propósito de Ágata Lys: “Agata, felina, como su propio nombre indica…”).
Madame de Staël, para Stendhal “la mujer más extraordinaria que se haya visto nunca”, y que nos perdone Nadia Calviño (no parece lo mismo ser la hija de Necker que la hija de Calviño), tenía el aplauso por lo más grande de la vida, y hacía teatro sólo para obtenerlo.
–En las bellas artes improvisadas el estrépito de los aplausos actúa sobre el alma como el sonido de la música militar: este ruido embriagador hace circular la sangre más deprisa…
Somos el país que aplaudía a la policía que nos mantenía ilegalmente confinados, y venimos de montar un auto de fe a quienes aplaudieron un discurso… de Rubiales, chivo expiatorio (algo así como “El canto creciente del macho cabrío” de Botho Strauss) de la ley del “Sí-Es-Sí”, obra de un poder sin control político, es decir, una dictadura.
Para quienes creen que en el principio era el Verbo, que el Verbo estaba con Sánchez y que el Verbo era Sánchez, un amigo de Sevilla, Valenzuela, rescata de “La Gran Armada” de Parker y Martin esta noticia: “Durante la Semana Santa de 1581, un grupo de jóvenes cortesanos de Madrid aprovechó el momento en que apagaban todas las velas de la Iglesia y la congregación hacía gran ruido durante un servicio de ‘tenebrae’ para manosear y besar a las jóvenes que estaban a su alcance. Entre los detenidos, multados con 2.000 ducados cada uno y desterrados de la corte, se encontraba el conde Paredes, dos hijos de don Diego de Córdoba (camarero del rey) y Ascoli (…) Estos malhechores seguían en el ostracismo en marzo de 1588, cuando Felipe convocó a todos los nobles para que se dirigieran a Lisboa y se unieran a la Armada, y aprovecharan la oportunidad de redimirse (o morir)”.
Francia tiene a Jean Marais, el actor que en un teatro de París, con gran escándalo reseñado por Pemán, sacó la lengua a una espectadora de brazos cruzados mientras todo el público aplaudía. Italia tiene a Franco Corelli, el tenor que saltó del escenario y abofeteó a un espectador que aplaudía… a la tiple, señora Barbier. Y España tiene a Rubiales, cuyo discurso de Gettysburg arrancó aplausos de los seleccionadores de fútbol femenino (Vilda) y masculino (De la Fuente). El primero añadió al aplauso la agravante de expresarse en correcto español, y cayó. El segundo, para amarrarse al puesto, se sometió a un Bujarin, el lúser que en los Procesos de Moscú, “con plena libertad”, confesó “haber envenenado todo el trigo de Ucrania”, y fue ejecutado en el 38 (rehabilitado en el 88).
¿Cómo aplaude usted? ¿En la línea de los hombros, como los trepas, o en la línea de la cintura, como los flamencos?
[Martes, 12 de Septiembre]