Ignacio Ruiz Quintano
Abc
La doctrina de legalidad y legitimidad en el Régimen del 78 la ha establecido Otegui, el que tiene prohibido sobrevolar territorio norteamericano, en TV:
–Rubiales no está legitimado para presidir ninguna institución.
Rubiales, el españolazo macarra y sanchistón, sube, pues, a la hoguera, ya que ante la voluntad de Otegui sólo cabría, si acaso, la de Ternera, el de los ataúdes blancos, en el teleplasma del Festival de San Sebastián. Hoy es Rubiales, pero podía haber sido Cuevas, el genio mejicano que todavía en los noventa, en un banquete que le ofrecieron en Madrid treinta y dos mujeres empresarias (con Carmen Romero), le preguntaron si él era feminista, y contestó: “No. Yo soy mujeriego”.
–Matar a un hombre no es defender una doctrina, sino matar a un hombre. Cuando los ginebrinos ejecutaron a Servet no defendieron ninguna doctrina, sacrificaron a un hombre. Y no se hace profesión de la propia fe quemando a otro hombre, sino únicamente dejándose quemar uno mismo por esa fe.
Eso dijo Castellio en pleno (¡e “iliberal”!) siglo XVI, y no fue lo más importante que dijo. Con Calvino, el asesino de Servet, otro españolazo, quemado con el pretexto de que negaba la Trinidad, Castellio se las tiene tiesas porque el Cantar de los Cantares de Salomón no le parece una composición religiosa, sino profana: el himno a Sulamita, cuyos pechos brincan por los pastos como dos jóvenes corzos (“¡gráciles corzas de dormir morenos!”), representa por tanto un poema de amor mundano y en ningún caso una glorificación de la Iglesia, en palabras de Stefan Zweig, cuyo “Castellio contra Calvino” viene al pelo de las almas sensibles en esta hora de barbarie religiosa y religión laica, donde la dictadura (todo poder sin control político) impone incluso la memoria histórica:
–Buscar y decir la verdad, tal como se piensa, no puede ser nunca un delito –dice Castellio hace cinco siglos–. A nadie se le debe obligar a creer. La conciencia es libre.
Por eso los comunistas declararon la conciencia un prejuicio burgués. Y por eso Zweig rescata el “Contra libellum Calvini”, que por su fuerza moral constituye la más brillante polémica escrita contra cualquier intento de acallar la palabra por medio de la ley; el modo de pensar, por medio de una doctrina; y la conciencia nacida para siempre libre, por medio de la fuerza por siempre despreciable.
–No me gustaría que mis hijos fueran a una escuela donde aprendieran el diseño inteligente como simple razón y realidad. Pero tampoco me gustaría que mis hijos fueran a una escuela donde aprendieran ultracalvinismo como razón y realidad. Por desgracia, esto último es mucho más difícil de evitar.
Eran los temores de Curtis Yarvin en los Estados Unidos de Bush. En la España de Sánchez, colonia ultracalvinista al fin, la Ginebra de Calvino se nos hace Woodstock.
[Viernes, 1 de Septiembre]