Dalmacio Negro
Dalmacio Negro
Decía Ortega, que «hay épocas de odium Dei, de gran fuga lejos de lo divino». La actual es una de ellas. Pero el agnóstico John N. Gray afirma que «la política de la Edad Contemporánea constituye otro capítulo más de la historia de la religión».[1] Y es que, paradójicamente, han surgido y surgen religiones fundadas en el odium Dei. Formas modernas de la gnosis, decía Augusto del Noce, para la que son malos la Creación, el trabajo de Dios, de modo que el hombre tiene que reconstruir la materia, a la que contrapone la gnósis el espíritu.[2] El pensamiento gnóstico, decía Ortega en Dios a la vista, parte «de un profundo asco hacia el mundo», por lo que «no admite ni siquiera que lo haya hecho Dios».
El socialismo es un gnosticismo, que fomenta el ateísmo que está ganando terreno al cristianismo y otras religiones tradicionales, aboca al totalitarismo y concluye en el nihilismo profetizado por Nietzsche.
Su carácter religioso explica que subsista a pesar de los fracasos y desastres de todos los regímenes de esa ideología, una mimetización del cristianismo.
1.- El gnosticismo, fortalecido, no justificado, por el cientificismo, nunca ha sido probablemente tan intenso en la Cristiandad como en la época contemporánea. «La Fe -escribía Hilaire Belloc en 1938- está ahora en presencia, no de una herejía particular como en el pasado…ni tampoco está en presencia de una especie de herejía generalizada… El enemigo que tiene que enfrentar ahora la Fe, y que puede llamarse el «ataque moderno», es un asalto en masa contra los fundamentos de la Fe, contra la existencia misma de la Fe… El duelo es a muerte».[3]
Belloc confesaba no saber cómo nombrar el régimen de herejía bajo el que «estamos viviendo hoy», pues «sólo se distingue de los períodos anteriores, en que se ha generalizado el espíritu herético». Es tan difuso, que «cada uno debe darle su propio nombre».
Preocupado por el auge del estatismo[4] y quizá por falta de perspectiva histórica, consideraría Belloc el socialismo un mero fenómeno político —en Inglaterra, el laborismo— y el leninismo una revolución política. En 1938, no era fácil interpretar, por ejemplo, el fascismo —políticamente una reacción contra el internacionalismo del socialismo soviético— o la guerra civil de España, como respuestas religiosas, nacionalista la primera, y nacional, aunque católica la segunda, a la versión comunista del socialismo religioso ruso. La gran herejía que no sabía nombrar Belloc, es el socialismo.
Voegelin sí achacó la creciente irreligiosidad postbélica, que venía de la revolución francesa y favorecía el desorden, al eterno gnosticismo, que, aliado con el racionalismo, promovió el despotismo de la razón[5] concretado en «la dictadura de la ciencia» y las ideologías cientificistas, prácticamente todas. Pero el gnosticismo, que acompaña al cristianismo desde el principio, no era la novedad. La novedad era el auge del socialismo, ciertamente un gnosticismo, igual que, prácticamente, todas las herejías cristianas. Herejía, que se podría describir como un cientificismo cristiano o un cristianismo cientificista. Pues una de sus ideas creencias inconscientes es la promesa del Reino de Dios, una de las causas de los milenarismos, que se presta a intentar realizarlo en este mundo mediante la política, cuando decae la fe viva o las emociones, los deseos, las pasiones o la injusticia obnubilan la sensibilidad y la razón. Constituyó el objetivo del grupo de la Quinta Monarquía, muy activo en la revolución puritana inglesa (1642-1649) contra el que recordaba Hobbes la frase de Cristo, «Mi reino no es de este mundo».[6]
La idea de realizar el Reino de Dios en la Tierra está detrás de todas las revoluciones posteriores a la puritana que pretenden cambiar la sociedad. Unida a la égalite y la fraternité de la francesa, impulsa las ideas socialistas. Peter Watson sugiere, que, según Habermas, es el Reino de Dios el exitoso contrapunto de la razón laica, generando la «incómoda» conciencia de que falta algo, como respaldan Thomas Nagel o el economicista Ronald Dworkin.[7] Una de las cosas que faltan es, decía Hannah Arendt, el sentido de la autoridad. Consecuencia de la crisis de la Iglesia, de cuya auctoritas dependía la legitimidad de los regímenes políticos.[8]
3.- La mayor, más importante y más decisiva culture War del tiempo presente es, en efecto, continuación de la lucha contra la religión, que comenzó con la Gran Revolución. Una contrarrevolución contra la revolución cristiana, la madre, en cierto modo, de todas las revoluciones al ser la religión de la libertad –«la Verdad os hará libres»-, para cambiar el orden socio-político determinado por el cristianismo.
La revolución francesa (1789) opuso el laicismo radical del Estado a la fe de la Iglesia. Oposición que llegó al paroxismo en el siglo XX al triunfar en Rusia la revolución marxista-leninista, que transformó el estatismo laicista jacobino en el comunismo religioso que promete la restauración del Paraíso en la Tierra. Decía Schumpeter: «El socialismo marxista pertenece a aquel subgrupo que promete el paraíso en este lado de la tumba».
4.- La manifestación más importante de la gran herejía es la marxista, sobre la que escribió Simone Weil (1909-1943) en 1943 en el manuscrito inconcluso ¿Hay una doctrina marxista?[9]: «El marxismo es enteramente una religión en el sentido más impuro del término. Tiene en común con todas las formas inferiores de la vida religiosa, el hecho de haber sido utilizado como opio del pueblo, según la exacta expresión de Marx».
Las ideas del Paraíso y Caída se encuentran en todas las culturas. Fundamentan las religiones del mundo mítico. Y el socialismo promete la restauración del Paraíso perdido por el pecado original al desobedecer Eva y Adán la prohibición por Dios de comer la fruta del árbol «del conocimiento del bien y del mal» (Génesis 2-3). Esa promesa es el gran atractivo subyacente de los socialismos, deudores también del conde Saint Simon (1760-1825). Quien, fascinado por el poder de la ciencia moderna, que no se distinguía entonces de la técnica, invirtió el antiquísimo mito de la Edad de Oro situándola en el futuro y concibió un nuevo cristianismo,[10] cuyo principio fundamental era «mejorar lo más rápidamente posible la existencia moral y física de la clase más pobre». Los apóstoles saintsimonianos y los seguidores positivistas de Augusto Comte, exsecretario del conde, que decretó había comenzado con la ciencia el estado último y definitivo de la historia de la Humanidad, divulgaron el mito de la Edad de Oro. El pensamiento de Carlos Marx, cuyo punto de partida era hegeliano, pues Hegel fue el primer metafísico interesado seriamente por la economía política, no se entiende bien sin tener en cuenta las ideas saintsimonianas y comteanas.
El mito, decía Benito Mussolini, «es fe, pasión, no es preciso que sea realidad». Y el mito de la Edad de Oro es una de las ideas creencia impulsoras del modo ideológico de pensar, que pugna por sustituir a las religiones tradicionales. Las míticas, porque sitúan la Edad de Oro en el pasado. Las monoteístas, el judaísmo, el cristianismo y el islam —una herejía de aquellas dice Belloc—, porque consideran la Edad de Oro un mito (el islam no tanto, aunque no utiliza esa expresión).
5.- El culto a lo divino, es tan antiguo como la humanidad. Quizá por eso no está de moda. Las Iglesias, “el depósito de la fe”, y el sacerdocio están en horas bajas en el mundo que puede llamarse culturalmente cristiano afectado por el progresismo, una derivación claramente gnóstica del socialismo, cuyo santo patrón es, según el historiador inglés John Lukacs, Adolfo Hitler, un gnóstico socialista.[11]
Sin embargo, la religión es fundamental en la vida humana. No sólo por la conocida frase de Dostoyevski, «Si Dios no existe, está permitido todo». Como dice René Girard, cuya concepción cristocéntrica de la historia tiene cada vez más seguidores creyentes y no creyentes, «la humanidad es hija de lo religioso» y «lo religioso es la madre de todo». Zubiri lo expresaba así: «El hombre no tiene religión: es religión». «Las dos esferas de la religión sistemática y de la política, lejos de ser independientes, son en principio idénticas», escribió el agnóstico Jorge Santayana. «Un pueblo está muerto cuando están muertos sus dioses», hace decir Dostoiewski a uno de sus personajes.
Inspirado por el éxito histórico de Europa y el de la ciencia y la técnica europeas —posibles gracias al cristianismo, que desmitifica la Naturaleza—, el modo de pensamiento político utópico que busca la perfección y parece ser exclusivo de la cultura y la civilización moldeada por el cristianismo, irrumpió en el Romanticismo, en cuyo ambiente empezaron a enraizar las ideas socialistas. El hombre, decía Ortega, es un ser utópico, romántico. Sueña e imagina una realidad mejor. Y la revolución industrial y la cuestión social coincidieron con el movimiento romántico, que impregnó el espíritu del socialismo.
El modo de pensamiento utópico potenció a su vez el modo ideológico de pensar —la ilusión de que la naturaleza humana y la sociedad pueden remodelarse caprichosamente—[12], que compite con las religiones con ánimo de sustituir la verdad religiosa fundada en la fe, por la verdad ideológica fundada en la razón pura que orienta la razón práctica.[13] La filosofía de la praxis es la filosofía democrática, decía Gramsci.
6.- Prescindiendo de antecedentes, detalles y variantes del colectivismo, fue el cientificismo marxista el que asentó el pensamiento ideológico invirtiendo al teólogo luterano Hegel.[14] para quien depende todo de la voluntad de Dios y el cristianismo.[15]
De acuerdo con Gray, los grandes conflictos políticos del siglo XX, cuyas consecuencias no han desaparecido, fueron conflictos religiosos inducidos por la fe cientificista del marxismo-leninismo. Sobre todo, la fe religiosa de Lenin en el poder de la ciencia. Sin Lenin, no hubiera sido «devastado por la demiurgia de los totalitarismos, que respondían a intentos de transfigurar el mundo humano».[16]
A la verdad, la ciencia debiera limitarse a recomendar la religión como una terapia para curar las psicopatías en constante aumento, debido, en buena medida, a la crisis de las religiones tradicionales.[17] Pero los hechos mandan: si el siglo XX fue el siglo del socialismo, sigue siéndolo el XXI, aunque la religiosidad socialista strictu sensu esté también en decadencia. Afectada por el ateísmo, del que es una de las causas, funge como un pretexto de las oligarquías para hacerse con el poder. No obstante, sigue reclutando fieles atraídos por su éxito, como es normal, por la propaganda o por conveniencia, que es también normal.
Como fenómeno religioso, el socialismo es un revival contemporáneo de la antiquísima herejía de la apokatástasis, próxima, según el gran teólogo Von Balthasar, al gnosticismo, como es sólito en las herejías. La apokatástasis (restitución a su condición origina) por decirlo así, oculta, pero muy extendida, interpreta «instaurar todas las cosas en Cristo» (Ef 1,10), como el retorno de todas las cosas a su situación original. Incluye que todos se salvarán, pues el infierno no es eterno. Según san Gregorio de Nisa, incluso el demonio.
7.- La religión es madre de las culturas y las civilizaciones. Inseparable empero de la política, que presupone que unos mandan y otros —la mayoría— obedecen, la infraestructura esencial de los pueblos es la poderosidad del espíritu religioso encarnado en las costumbres, tradiciones e instituciones: Wer Religion verkennt, erkennt Politik nicht (quien no comprende la religión, no entiende la política).[18]
Así, el anarcocapitalista ateo o no creyente Murray R. Rothbard reconocía que, en toda sociedad, tiene que haber una religión predominante: «Si el cristianismo, por ejemplo, es despreciado y desechado, alguna forma horrenda de religión va a ocupará su lugar: ya sea el comunismo, el ocultismo de la Nueva Era, el feminismo o el puritanismo de izquierda».
Leer en La Gaceta de la Iberosfera
Murray R. Rothbard