Rollo de la Justicia. Peñaranda de Duero
Francisco Javier Gómez Izquierdo
Alarma Social son dos palabritas que pueden sonar a palabrotas. Son argumento usado por los equipos de tratamiento de las cárceles y con ellas se deniegan permisos de segundo grado a presos condenados por la conocida violencia de género. Alarma Social ya no es argumentario para denegar un permiso a un tipo que ha asesinado pongamos por caso a media docena de personas o un delincuente que ha intentado un golpe de Estado. Alarma social es un signo de nefasta distinción penitenciaria. Una exclusividad que pareciera pesar más que la continua clasificación en primer grado de los internos refractarios a todo tipo de tratamiento. "Rompió el alejamiento, ni agua..." puede soltar una psicóloga que además puede ser la directora arrastrando la mayoría de los votos, temerosos del que dirán.
Servidor cree que Alarma social es el asesinato, la tortura física y psicológica, el terrorismo... lo que da miedo. Perdonen el atrevimiento, pero el beso de Don Rubiales en semejante entorno de euforia en el que tuvo lugar a mí no me alarmó nada. A mí me viene alarmando Don Rubiales desde el verano del 2002 y creo que ha cometido actos de mucha preocupación para los ciudadanos y sobre todo para los que deben velar por el prestigio y decencia del Estado.
Viene ésto a cuento por la indignación propia de la que aquí doy fe y por la que supongo alarma social entre la mayoría de los ciudadanos a la vista de las risas con un fugitivo de la Justicia de una vicepresidenta del Gobierno que si lo fuera de un país serio, sólo cabría que aprovechando que se encuentran sin querer, conminara al individuo a presentarse ante los tribunales y respondiera por sus delitos. Y cuando cumpla y cancele penas, ya veríamos... Pero no, a lo visto, la vicepresidenta que se rasga las vestiduras y pide castigo sin ley y sin jueces para Don Rubiales, ha ido a buscar al delincuente como si fuera el virrey del Perú para prorratearle unas votaciones conforme entienden ciertas personas la democracia.
Luego se extrañan de que la gente nos quitemos de votar.