domingo, 20 de diciembre de 2020

Te buscaré en Groenlandia


Tesa Arranz 

Ignacio Ruiz Quintano


    La ecología es el milenarismo socialdemócrata.


    El milenarismo atraía almas a la Iglesia y el ecologismo atrae dólares a la Socialdemocracia, ese Kalahari de la sociedad occidental, el desierto que nos bendice con sus lluvias y que nos maldice con sus sequías, un ir y venir como único entretenimiento de nuestras vidas de suricatas de Disney (suricata es el Timón de “El rey León”).


    Tampoco la socialdemocracia es tan mal vivir para un animal de granja como el europeo común, pero en los 70 el Leviatán recaudador decidió liberarnos de una pasión, la del goce de la vida, con la pasión contraria, la del miedo a la muerte, e inventó el ecologismo.
    

El ecologismo agitó primero el espantajo del frío: el mundo avanzaba hacia su congelación, pero la amenaza de que todo el año fuera invierno no asustaba lo bastante para ganar dinero, pues todo el mundo sabe que nadie se ha muerto de chupar pilé, además de que en invierno hasta los abogados llevan las manos metidas en sus propios bolsillos, lo que complica levantar carteras.
    

Y el ecologismo pasó a agitar el espantajo del calor, y la mera posibilidad de una lengua seca todo el día (después de todo, somos un ochenta por ciento agua, más un cinco por ciento de licor a partir de las siete de la tarde) nos metió el Apocalipsis en casa.


    Hoy, la crema del suflé (Kamala, Merkel o Macron) son hueros, y fingen renunciar a los hijos porque el mundo se acabará en 2030, pero esa carencia afectiva la cubren con Greta Tintin Eleonora Ernman Thunberg, una diosecilla verde que, desde luego, no responde la gran pregunta de Lezama Lima en “Paradiso”: por qué el falo se hacía árbol, de donde como un fruto se desprendía la criatura.
    Y hubo de venir un Papa argentino, Bergoglio, con trazas de amo de llaves, y no las de San Pedro, que, en vez de explicar por qué Nuestro Señor maldijo a una higuera que no tenía higos cuando no era tiempo de tenerlos, nos explica en su “Instrumentum Laboris” la ausencia del pecado original en la Amazonía, libre de higueras fascistas.
    

Del “Paradiso” de Lezama al “Paradiso” de Bergoglio, que es la Amazonía, donde chospa el Buen Salvaje que el “intellectus fidei” de la teología bergogliana convierte en el Buen Revolucionario encargado de agitar el cocotero para que caigan los cheques del imperialismo firmados.


    –In God We Trust!
   

 Esos cheques venían del Acuerdo de París, roto por Trump, que no quería ser el pagafantas, y, anulado Trump, a París nos hacen volver, porque los ricos siguen empeñados en que nuestro mundo acabe en 2030. Pero yo te buscaré en Groenlandia, la tierra verde de Tesa y Los Zombis, 1980, cuando Groenlandia estaba en Madrid y todos estábamos verdes, verdes como el trigo verde, y el verde, verde limón.


La socialdemocracia no es tan mal vivir para un animal de granja como el europeo común, pero en los 70 el Leviatán recaudador decidió liberarnos de una pasión, la del goce de la vida, con la pasión contraria, la del miedo a la muerte, e inventó el ecologismo