miércoles, 6 de mayo de 2020

Controles



Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Una fiscal del Supremo escribe un artículo de fondo para decir que hay que controlar al poder y provoca en la España culta una estampida de ñus.

    –¡Eso, eso! ¡Así se habla!
    
La fiscal, para justificarse, tira de Popper, que nada tiene que ver (ni él ni ningún austriaco) con la democracia representativa, que consiste, donde existe (América, Suiza y, desde De Gaulle, casi Francia, porque Inglaterra es otra cosa) en el control del poder a base de dividir ese “drógulus” metafísico que es la soberanía para cumplir con lo que prescribe el párrafo inmortal de Montesquieu que inspiró el invento de los Founding Fathers (que no surgió del desarrollo del liberalismo parlamentario, como se enseña, sino como una rebelión contra él):

    –Es una experiencia eterna que todo hombre que tiene poder se inclina a abusar del mismo; él va hasta que encuentra límites... Para que no se pueda abusar del poder hace falta que, por la disposición de las cosas, el poder detenga al poder.
    
Pero a Montesquieu ya lo hemos enterrado aquí dos veces: una en el 78, cuando nos agarramos a nuestra “unidad de poder y coordinación de funciones”, y la otra, ahora, con el estado de Excepción de Sánchez y Casado, aprovechando el carro de la peste.
    
Encerrados en casa por una policía al fin diligente (la diligencia de la multa, que es lo nuestro), te dejan el cinismo, que es la soberbia del perdedor. Todo está perdido, incluso el honor. Y con la democracia (con el control del poder que tantea en su artículo la fiscal) te pasa como con el toreo clásico (“palante”, “pabajo” y “padentro”) en la andanada de Las Ventas. Allí, desde hace veinte años, en vez de “ole” se dice “bien” para jalear el destoreo (“patrás”, “parriba” y “pafuera”) de las figuras de mazapán que tienen a todo el “mainstrean” (crítica selecta y TV) repitiendo que “cargar la suerte” es echar la “pata atrás”.

    El Estado de partidos es el destoreo de la democracia, pero con Ferreras en el lugar de Molés y los liberalios diciendo “¡bien!”.