miércoles, 23 de mayo de 2018

San Isidro'18. XIII de Feria. Ventorrillosdel pueblo me llevan, ventorrillos del pueblo me arrastran, me esparcen el corazón y me aventan la garganta


 Las Ventas en barbecho de Barceló 

José Ramón Márquez

¿Es concebible en nuestros días una Feria del Isidro sin Ventorrillos? Pues lo mismo que no era imaginable hace un siglo una temporada en Madrid sin Miura o Pablo Romero, en nuestros días la del Ventorrillo es tan imprescindible en la Feria como la ya tradicional corrida/trampa apañada por King of Seville, el Curro de San Blas, a ver si de una repajolera vez es capaz de superar a Pepe Nelo en Puertas Grandes de los madriles como matador de toros. Cualquiera diría que los Ventorrillos son la niña de los ojos de la afición, a la vista de su perenne reiteración en la cartelería madrileña, pero el caso es que no he oído nunca a nadie, ni de los ogros ni de los aplaudidores, ni de los que atesoran una entrada de la Plaza Vieja heredada de su abuelo ni de los que por primera vez toman asiento en la piedra del tendido, que hablen, para bien o para mal, de El Ventorrillo, que visto lo visto debe ser ganadería de enjuague subterráneo, de despacho y de conciliábulo y eso sí que serviría para explicar su constante reiteración en los carteles.

Es que nadie se acuerda de El Ventorrillo salvo cuando alguno pregunta:

-¿Y mañana qué toca?

-¿Mañana?... A ver que lo miro… ¡Ah!, la del Ventorrillo.

Y ahí uno recuerda que lo de El Ventorrillo, ese sueño ganadero primero de don Paco Medina y después de don Fidel San Román, sigue existiendo, y que la razón social Edificaciones Tifán S.L., de la que el administrador único es don Fidel San Román mantiene con brío desde 2005, desde hace trece años, la titularidad de esta vacada toledana que se hierra con una efe (acaso de Fidel) y cuya divisa es verde y blanca. Luego, una vez que se pasa el día de marras, uno ya no vuelve a recordar que en el mundo ganadero existe un Ventorrillo, porque la verdad es que es ganadería de las que nunca dejan un poso, ni de gusto ni de disgusto, ni como para ponerla en el altar ni para echarla a los tiburones. Si a eso unimos que es ganadería indefinible, por cuanto tampoco posee lo que se dice un tipo preciso, de esos que ves un retrato del toro y dices: “¡Mira, un Ventorrillo!”, pues no es extraño que nadie eche cuentas de ella, y tampoco es de las que están en ese turismo de tractor tan del gusto de algunos aficionados, que se van a las fincas a que les den un rule subidos en un remolque a mirar las camadas. Lo mismo el hecho de que un veedor de la Plaza se dedique además a la gestión de esta ganadería tiene algo que ver en la, en cierto modo inexplicable, reiteración ventorrillesca, con la de toros que hay en el campo. Y en este Ventorrillo 2018, además, nos encontramos con la sorpresa de que ni siquiera había seis toros para Madrid en los predios de don Fidel, y resulta que nada más pudieron pasar el esmerado fielato de la ciencia veterinaria venteña cinco de los toros Trifanes, para dar lugar a que, como remiendo, nos colasen un auténtico lisarnasio, que donde menos te lo esperas salta el lisarnasio, y en quinto lugar nos endiñaron un Valdefresno feo, badanudo, con giba, un cuadro de toro. De los Ventorrillo propiamente dichos, digamos sin profundizar mucho más que salieron tres a los que se les caían las orejas, o sea que cada uno de los actuantes tuvo su oportunidad, aunque otra cosa bien distinta es que no se aprovechase.

Los actuantes de hoy eran Curro Díaz, Morenito de Aranda y David Mora en sus respectivas segundas actuaciones en la Feria.

 A Curro Díaz lo trajeron en la anterior corrida de toros de la Feria, luego vinieron los caballos, los novilleros y ahí tenemos de nuevo a Curro Díaz, tres días después, vestido de Purísima y oro a ver qué pasa. Y pasa que Curro Díaz trae la misma manta por muleta que el día anterior, que ya quedó reseñado cómo el descomunal tamaño de la herramienta hace imposible que pueda ser manejada con aire y gracia y cómo favorece el que los muletazos le salgan enganchados al de Linares. Y si el toro tiene la manía de derrotar y el torero se dedica a rematar todos los muletazos hacia arriba con el telón del Teatro de la Zarzuela, pues a ver quién es capaz de arreglarse para que no le salgan todos o el 97,25% de ellos enganchados y deslucidos. Y es que ni la trincherilla, que es lo suyo, le salió, porque el enorme pico de la muleta se enredaba con las patas del cornúpeta y aquello se quedaba deslucido por completo. Como dice un crítico de los de la parte seria, el torero estaba “entipado”, que eso no hay quien lo discuta, lo del tipín, pero le falló por completo lo del “acinturado”, que si se llega a acinturar un poco lo mismo la lía, pues ya se sabe lo importante que es acinturarse para llegar al corazoncito de los espectadores. A causa de los mantazos, de la ausencia de acinturación y de los enganchones a porrillo se fue pasando el rato hasta que tocó clavar el afilado estoque a Bordador, que así se llamaba el toro, herrado con el número 4, cosa que Curro Díaz hizo de la manera llamada bajonazo, que creo que aún no han acuñado un neo-término para esa desgraciada colocación del estoque.

Morenito de Aranda hizo lo mejor de la tarde al recibir a Avellana, número 30, que son un puñado de verónicas mecidas, ganando el paso hacia adelante y rematadas con una media en el platillo que desataron la más sincera ovación de la tarde. En la cosa muletera también iba bien servido Morenito en cuanto a trapo, y acaso por eso o acaso por su falta patente de acinturamiento, el público no llegó a vibrar con su propuesta estética. Morenito anduvo entipado en lo que él es, el tipo de Morenito, pero lo del acinturamiento no se le llegó a ver y menos aun cuando hubo que pasaportar al tal Avellana, que primero lo intentó con un pinchazo echándose hacia afuera y después con media lagartijera algo tendida.

El menos entipado de la tarde fue David Mora, que está como desdibujado y muy falto de ideas. Siempre tenemos presente la faena tan cuajada que le hizo en El Puerto de Santa María en 2011 a Charlatán, número 64, de Cebada Gago, que es una de las cumbres de este torero en el buen puñado de veces que le hemos visto; por eso  no es nada grato verle por la Plaza tan disminuido y, si se me permite, tan a merced de los toros. Ya no es que no cargue la suerte, es que se carga la suerte con esa penosa colocación, con esa indisimulada posición tan atrasada de la pierna contraria, con esa forma de citar tan fuera de sitio, con ese toreo inclinado y tan poco acinturado, con esos trallazos planteados desde el pico de la muleta, en los que guía la embestida del toro hacia afuera, y además sin mandar al tendido la idea de que tenga plan alguno sobre lo que pretende hacer con el toro. El animal siguió los muletazos que le pudo empalmar David Mora y la parte más acrítica y facilona del público le jaleó como si aquello fuese oro, incienso y mirra. Lo mejor de su actuación fue la manera en que atacó recto y decidido al toro para clavar una estocada baja de gran efectividad. Tras ínfima petición, pese al numerito de los benhures, se dio una vuelta al ruedo porque sí.

Lo mejor de Curro Díaz tuvo lugar con el capote, junto al burladero del 9 cuando, antes de salir el toro, dio dos verónicas de las de quitar el hipo. Luego ya con toro no fue capaz de repetirlas y, además, dio la impresión de que no le daba la gana entiparse mucho porque el toro no le gustaba nada. Le dejó a Germán González que administrase al bicho el lenitivo jarabe de puya a su libre albedrío, cosa que hizo mientras el matador se situaba como un espectador más contemplando la obra del piquero en las una, dos y tres entradas del toro, Cafetero, número 12, al caballo. Este Cafetero cumplió suficientemente en varas y llegó a la muleta con la boca cerrada y pidiendo certificados y fe de vida. Curro no ve nada clara la porfía y va desgranando sus muletazos de uno en uno, de nuevo rematando por arriba feamente, recibiendo muchos enganchones. El toro cambia a mitad de la faena y es entonces cuando en alguna serie consigue empalmar tres derechazos acompañando el viaje para recibir los parabienes de los que con cincuenta años siguen creyendo en los Reyes Magos. Se ve que ahí se debió acinturar. El toro fue despedido con palmas.

No es que los Ventorrillo fueran unos top model, pero al irrumpir el quinto, número 41, su fealdad lisarnasia era chocante, que además de ser astracanado y contrahecho, le puso Campanero el mayoral. Morenito no se acinturó ni una sola vez y la labor del de Aranda fue pasando de silencio en silencio sin que las diversas cosas que ensayó tuviesen un mínimo eco en los tendidos, y mira que Madrid mira con buenos ojos al moreno. El trasteo le salió con muchos más enganchones por minuto que los admisibles y su labor fue silenciada tras un pinchazo corriendo desde bien lejos y echándose hacia afuera y media lagartijera algo tendida.

Y de postre David Mora, que llevaba con él a Otero para que hiciera una brega de muchísima enjundia, de las que mejoran las condiciones del toro. Y como Otero había demostrado en su pertinaz labor con el capote, había que tirar del toro, que sin duda fue el de peores condiciones de los seis, y había que meterse con él, encelarle y poderle, y David Mora no estaba ni mucho menos por ese registro. Un pinchazo sin soltar en la suerte natural, otro igual en la suerte contraria y una estocada entera y desprendida en la suerte natural perdiendo la muleta fueron los puntos finales de David Mora para esta tibia tarde de mayo.

Muy mal picando Francisco José Quinta y Germán González tampoco puede irse muy satisfecho a su casa de lo que le hizo desde el penco al cuarto, el mejor toro de la corrida. Juan Carlos García fue el único que tomó el olivo en la tarde de hoy. Andrés Revuelta, de verde hoja y azabache, se lució en sus dos pares de banderillas.

 No soy un de pueblo de bueyes...

...que soy de un pueblo que embargan...

...yacimientos de leones, 
desfiladeros de águilas... 

...y cordilleras de toros 
con el orgullo en el asta. 
Nunca medraron los bueyes 
en los páramos de España