jueves, 31 de mayo de 2018

Charlotte

Charlotte Cashiraghi

Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Hemos sabido por “Le Figaro” que Charlotte Casiraghi, la Hipatia de Mónaco, lee a María Zambrano, la “María bonita” de Pilar Bardem (¡nuestra Maxine Waters!), película que sólo vio Carmen Calvo, la Hipatia de Cabra, que firmó la subvención ministerial (“subvention ministérielle”) y un cameo cultural (“exception culturelle”).

    Charlotte descubrió a Zambrano gracias a Robert Maggiori, su profesor de filosofía:
    
La forma de hacer filosofía que tiene María es un arte poético.
    
Como las crónicas de fútbol y toros del nuevo periodismo batueco, para que la gente lo entienda.

    Charlotte es el tercer lector de María Zambrano que conozco, después de Valente y Ullán (nueve años ya, ahora, que nos falta), cuyo “Relato prologal” para una antología de Zambrano es lo que Luis Martín Santos llamaba “bocato di cardinale”.
    
María era una sangrona –resume su compadre, el mexicano Juan Soriano–.... En Roma, a veces se volvía un verdadero demonio... Lo que pasa es que luego hablaba como de oídas, y te contaba a ti al oído eso que ella escuchaba desde dentro, como en sueños. Decía palabras soñadas, que, en efecto, te dejaban maravillado.
    
Empeñados en “dar herramientas para entender el mundo contemporáneo”, Charlotte y Maggiori, autores de “una geografía poética de nuestros afectos”, organizan los “Encuentros Filosóficos de Mónaco”, algo así como si Gunilla y Aranguren hubieran organizado en Marbella el memorable simposio “Exodus from Being” de Sloterdijk en el castillo de Elmau. Su pasión es el método socrático, obviando el “¡Cuidado con los griegos!” de Bergamín a Zambrano.

    –Con todos. Y con los ‘gregui-gitanos’, como Platón, más.
    
Es el mismo Bergamín que le anticipa a María el apocalipsis político que tenemos encima: “¿Piensas, María, lo espantoso que ‘parece que es’ una España sudamericanizada por los comunistas?”

Zambrano fue republicana, pero menos “ardiente” (“Le Figaro”) que cristiana: “le molestaba muchísimo que la llamaran roja” (Alfredo Castellón).