miércoles, 9 de mayo de 2018

I de Feria. Novillos de Guadaira. Caco Senante en el callejón y ningún peón tomó el olivo



José Ramón Márquez

Tal día como hoy, 8 de mayo, nacía en Gelves el más importante e imperecedero de los toreros que en el mundo han sido, a quien particularmente los aficionados de Madrid debemos eterno agradecimiento por la baratura que nos trajo en el precio de las entradas la construcción de la Monumental, por él impulsada, de tal manera que aunque la rebaja del IVA se la quede el empresario porque sí y para aumentar su cuenta de resultados, Las Ventas sigue siendo Plaza bastante abordable en lo económico. No es que el think tank de Plaza1, a cuya cabeza siempre imaginamos al exagerado Domb, por más que él sea la boca de ganso de dicha corporación, haya pensado ni medio segundo en Gallito a la hora de elegir el día en el que se echaría a rodar la Feria de San Isidro 2018, a la que lo mejor desde ya mismo es etiquetarla como Feria del Isidro dado lo que se ve por los tendidos, pero el caso es que les cuadró la efemérides sin comerlo ni beberlo, y nos encanta que así sea.

Para el inicio de esta segunda feria que organizan Domb y sus chicos, una vez pasado el efecto de novedad del año precedente, han decidido programar una novillada con picadores lo mismo que podían no haberlo hecho. Nadie demandaba esta novillada, como nadie demanda una porción de los carteles que componen la Feria 2018: son el abono y son lentejas, y si no te gustan, pues no vayas, que si nos ponemos en ésas empezamos con que si falta tal o cual torero, con que si el “serial isidril”, como dice el reviejo de la TV, es demasiado largo, con que las figuras sólo matan lo que se traen bajo el brazo o con que la Beneficencia a beneficio de Julián (King of Seville) la urdieron en Navidad. Aquí de lo que se trata es de pagar la entrada, asumiendo que Plaza1 repercute en beneficio propio lo del IVA, y de tratar de no pillar el tétanos si nos hacemos una herida con algún hierro oxidado de los que hay por todas partes, y poco más.

Lo principal, para lucir el festejo y darle categoría, era elegir bien la ganadería. Tras muchas vueltas, llamadas y mucho Whatssapp con el Cuerpo de Veedores, Domb y los suyos seleccionaron la ganadería de Guadaira, no porque el año pasado lidiase una sola novillada completa, sino como homenaje a que en este año se cumplen los veinte años de la eliminación de lo anterior, Santa Coloma, y del ingreso en la cofradía de la juampedritis vía Jandilla. Como en el clásico filme de Don Siegel “La invasión de los ladrones de cuerpos” la juampedrez lleva lustros apoderándose de manera constante del campo bravo y Guadaira es sólo otro escalón en esa escalera de caracol, col, col. Bueno, al menos lo de Guadaira nos evoca al espléndido libro que Juan Salazar ha dado a la imprenta, “Remembranzas taurinas”, donde relata entre otras muchas suculentas cosas, la historia de los dos sacos de albero de Alcalá de Guadaira que el Papa Negro mandó llevar al domicilio de Roberto Domingo, calle de Goya 42, que se hacía el remolón en pintar el cuadro con los tres niños Bienvenida banderilleando en “la plaza de los toros” de Sevilla, porque decía que no daba con el tono del albero.

Los seis sacos de carne que Guadaira ha mandado a Madrid avalan de forma perfecta la decisión que sus ganaderos, en uso de su libertad de empresa consagrada en la vigente Constitución, adoptaron hace veinte años. Toros galopadores o galopines, blandos, de poco cuajo, “bonitos” para quien así los vea, con sus caiditas de serie, con sus tropezones, incluso el de la volteretita, toritos volatineros, más propios del Circo de Price que del Circo Taurómaco, y aunque hubo un bonito derribo del penco que montaba Carlos Prieto, fue que el toro se fue a los pechos del arre y le tomó con vigor por delante sin que el piquero le tuviese agarrado, pero quitando ese incidente los Guadaira mandaban al tendido su claro deseo de agradar y de no dar problemas, y digamos que tres de ellos, al menos, eran de los de formar un lío por su bondadosa tontuna. El quinto, Engreído, número 36, fue el de más cuajo y presencia y fue saludado incluso con palmas de aprobación por la cátedra; era castaño listón, pero un listón ancho, que se notaba mucho, como el de esas señoras (y señores) que no se han teñido el pelo cuando tocaba y llevan como una mediana blanca en el centro de la cabeza. Frente a éste, el tercero, Recreado, número 18, era como un juampedro pasado por una de esas tribus que antes reducían cabezas y ahora viven de los reportajes que hacen los aventureros, era un llavero, un sifón, una cosita como para tenerla en el césped del adosado echando la tarde, con sus hechuritas y su tipín. Este soliviantó un poco los ánimos de la endurecida afición, dada su condición caediza, como un soufflé que se viene abajo, un novillo flanín, de cuando el flan chino Mandarín.

La terna que contrataron, y tómese aquí el verbo “contratar” casi como una licencia poética, estaba compuesta por el triunfador de Azuqueca de Henares, David Garzón, de Quito, Ecuador, nuevo en esta Plaza, y por los madrileños Carlos Ochoa y Ángel Téllez.

Lo que más llamaba la atención era que el apoderado de Garzón es Caco Senante, un emprendedor español que tuvo abono en la Andanada en los ochenta. La cuestión era pensar en qué habrá visto Senante en Garzón, que es uno de esos toreros que se pasan el rato dando voces. Acaso como Senante se dedicó a la canción lo que le llevó a fijarse en Garzón fue la potencia de sus incesantes clamores. Trasteo de lo más vulgar y adocenado, pasándose al toro bien lejos, muchas carreritas, cero en colocación. Mata de puñalada trapera a su primero y de puñalada más eficaz a su segundo, que es con el que se debería haber manifestado, si es que algo tuviese que decir.

Carlos Ochoa va apoderado por Rafael de Julia. Su primero, Arinoso, número 40, era la máquina de embestir. Fue certeramente picado por Jesús Vicente y banderilleado con soltura por Andrés Revuelta. Al llegar al tercer tercio, Ochoa se dispuso a recitar su tema que era el reiterativo tema de la descolocación y de la carrerita, pero con un aire lleno de desparpajo entre pueblerino y sesentero. Dio muchísimos pases, o como se llame eso, y en algunos momentos el público más acrítico y bondadoso le llegó a jalear. Pegaba unos pases por alto que hacía daño verlos. Con una estocada de zambullón que queda perpendicular y un aviso terminó el primer acto. Durante la lidia del cuarto Rafael de Julia le estuvo pegando una brasa en el callejón de las de época y como resultado de la misma salió a por el quinto, Engreído, con idénticas hechuras. Se quedó como espectador donde le vino en gana mirando cómo picaban al toro en la primera vara y en la segunda atendió a los aspavientos del alguacil que le mandaba irse a su sitio. Luego, el Engreído no era como el anterior y la apuesta bullidora no llegó a sustanciarse, porque el toro demandaba más colocación y mando y también porque imponía más respeto.

A Ángel Téllez le apodera José Antón, industrial de Villalba, y para la ocasión le preparó una buena cuadrilla con David Prados y Carlos Prieto en la monta de los jacos y  con Juan Navazo, Fernando Téllez y El Niño de Santa Rita (Juan Tomás, que como es bien sabido hay otros dos Niños de Santa Rita, sus hermanos  Angelino y Marcelino). El primero de su lote fue el toro flanín del que antes hablábamos. Entre lo enano del torete y la buena planta del matador aquello no funcionaba, se veía la cosa como desproporcionada en la escala, como si al toro lo vieses de lejos y al torero de cerca… no sé… entre esa desavenencia de las escalas y las caídas del infeliz de Recreado, la cosa no cobraba aire, y luego del algún fondo de su ADN, Recreado sacó genio como para tirar unos cabezazos que acabaron de descomponerlo todo. Podría inventarme lo del sexto, Superior, número 66, pero a esas alturas ya habíamos roto en una conversación a propósito de Iván Fandiño y nada de lo que Téllez hizo en el ruedo fue capaz de llamar nuestra atención. A ese toro lo banderilleó con guapeza Juan Navazo.

La buena noticia es que hoy ningún peón tomó el olivo.

El caganer de Ponce

 El Sexto Beatle en la Andanada'9

 Leyéndole la cartilla de los indultos a Don Florencio

La cartilla de los indultos

 Bandera con sueños florentinos al fondo

 El Cuadri al que robaron su badana