Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Arrecia la corrupción, y eso son palabras mayores.
Mas las palabras mayores no son palabrotas.
Entre agnósticos, la palabrota vale como el juramento, y puede con las palabras mayores. Así, cuando Soraya Rodríguez llamó sobrecogedora a María Soraya, ésta sólo tuvo que soltar una palabrota (“en mi p… vida he cobrado un sobre”) para disipar toda sospecha, arreglo, por cierto, que en Rusia le hubiera costado noventa euros, multa establecida por Putin para los cargos públicos que digan palabrotas.
¿Despotismo o urbanidad?
Decir “¡coño!” en Rusia te cuesta noventa euros porque así lo dispone Putin, el oso moscovita, pero es que en Madrid, y porque así lo dispuso Gallardón, el Waylon Smithers de nuestras municipalidades, te cuesta seiscientos euros estar al pie del oso y el madroño con una mahou (tercio, no litrona) en la mano, mientras que agitar las tetas bailando “acid” en la tribuna del Congreso sale de balde, merced a la doctrina de la “polisemia abierta” de un juez de guardia que rechazó el concepto “perturbación grave” al ser “grave”, para él, término “polisémico y abierto”, con lo que las ucranianas de ubérrimas ubres, en vez de asaltar a Putin en Moscú con su “matraque à grand coup de mamelles” (como en “L’Hécatombe” de Brassens), asaltan a Aguirre en Madrid.
Mi analista me explica que si Botella te levanta seiscientos euros por un botellín es para no acabar en Madrid como Belloch en Zaragoza, que debe más que Alemania.
–¡Cáspita!
En “La caza de los intelectuales”, el ex ministro Molina se venga del simple Zapatero, que en su círculo tenía prohibidas las citas (“cosa de maricones”, me dijo a mí un redactor jefe de periódico popular), oponiéndolo al culto Azaña, en cuyos consejos de ministros Prieto se explayaba como lo que era, un energúmeno. Se lo afeó Fernando de los Ríos, alias Don Suave, que lo amenazó con devolverle las palabrotas. Prieto no hizo caso y Don Suave estalló:
–¡Cáspita, Prieto, cállate!