DOMINGO, 6 DE ABRIL
En aquel tiempo, un cierto Lázaro, de Betania, la aldea de María y Marta, su hermana, había caído enfermo. Le mandaron recado a Jesús: «Señor, tu amigo está enfermo». Jesús, al oírlo, dijo:
-Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios.
Y se quedó todavía dos días en donde estaba. Sólo entonces dice a sus discípulos:
-Vamos otra vez a Judea.
. Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Marta salió a su encuentro y le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano». Jesús le dijo:
-Tu hermano resucitará... Yo soy la resurrección y la vida. ¿Crees esto?
Jesús, muy conmovido, preguntó:
-¿Dónde lo habéis enterrado?
Contestaron: «Señor, ven a verlo». Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: «¡Cómo lo quería!» Pero algunos dijeron: «Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?» Jesús, sollozando de nuevo, llegó a la tumba, y dijo:
-Quitad la losa.
Marta le dijo: «Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días». Quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo:
-Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que Tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea para que crean que Tú me has enviado.
Y dicho esto, gritó con voz potente:
-Lázaro, ven afuera.
El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo:
-Desatadlo y dejadlo andar.
Y muchos judíos creyeron en Él.
Juan 11, 1-45