viernes, 2 de noviembre de 2012

Muertos

Manuel Manilla

Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    El arte de la Fiesta, envilecido en casi todas partes, se conserva intacto entre los mexicanos, nos dice Octavio Paz en su “Laberinto de la soledad”.

    Es la fascinación de su Día de Muertos.

    –Para el habitante de Nueva York, París o Londres, la muerte es la palabra que jamás se pronuncia. El mexicano, en cambio, la frecuenta, la burla, la acaricia, duerme con ella, la festeja, es uno de sus juguetes favoritos y su amor más permanente.

    Su indiferencia ante la muerte es su indiferencia ante la vida.

    La muerte moderna carece de trascendencia: en un mundo de hechos, es un hecho más. Pero al ser un hecho que pone en solfa el sentido de nuestra vida, la “filosofía del progreso” nos escamotea su presencia.

    ¿Progreso hacia dónde y desde dónde?

    En Barcelona, la derecha de Artur Mas hace la promesa electoral de prolongar la esperanza de vida, y en Madrid la derecha de Ana Botella aprovecha el puente de los Muertos para aprobar una calle para Carrillo, que por sorteo podría esquinar con la de Los Mártires de Paracuellos, pero que no deja de ser una forma de vida más allá de la muerte para una figura que tuvo de la muerte, esa gran boca vacía que nada sacia, una idea forense:

    –He hecho la guerrilla durante nueve años –le dice a Oriana Fallaci en el 75–. No sé si soy un buen tirador, pero sé que apuntaba con cuidado: para matar. Y he matado. Y no estoy seguro de que esto me guste, aunque no me arrepiento de haberlo hecho. Y si la revolución necesitara en España de la violencia, estaré listo para ejercerla.

    Villalonga, que lo entrevista para “Lui”, ve en él un “rostro franco” y una presencia a lo Gabin, y le pregunta a qué atribuye él la matanza de la calle del Correo, en la Puerta del Sol:

    –Siempre a la derecha.