En el Museo del Prado, museo que tiene un incomprensible empeño en
mofarse de sus pintores y del arte que alberga, han tomado la obra capital del gótico y la presentan tal y como la
‘interpreta’ un contemporáneo. El tal ‘intérprete’, sin
ningún tipo de prejuicio y con el mismo
desparpajo con el que Roncero se inventa la paella, se enfrenta al
clásico para darle el consabido toque de actualidad sin que uno solo de
los conservadores de El Prado, ni uno solo de los miembros del eminente
Patronato de la pinacoteca, circunspectos varones, le haya dicho al tal
Arroyo y al que se le ocurrió la idea: -Tú y Arroyo iros, por favor, al cuerno...
José Ramón Márquez
Me envía mi amigo MMC, siempre atento a las cosas del yantar, el enlace a una información sobre un tal ‘Taller multisensorial” que se ha montado el cocinero Paco Roncero en el Casino. El hombre éste es conocido en el mundo del papeo fino como miniaturista de los alimentos, que con eso es con lo que se empezó a oír hablar de él, o sea que de igual forma que el gran Barrientos te hacía en plomo un lancero del regimiento de España número 11, que no le faltaba ni un detalle, el Roncero te hace una fabada en un dedal, lo mismo que esos que escriben el Quijote en la cabeza de un alfiler, pero aquí en plan zampa.
No es cuestión de detallar aquí las sandeces del Taller multisensorial, que, por lo visto, deben ir más orientadas a la mansa obtención de recursos financieros que al enaltecimiento del amor por la comida y por los fogones. Baste explicar que en pleno paroxismo multisensorial, en un momento dado, el Roncero te pone delante de las fauces una paella cuyos granos se hacen uno a uno con jeringuilla a partir de caldo de azafrán, jugo de paella y aceite de oliva que va acompañada de una almohadilla que exhala aroma a romero y de la proyección de imágenes de una lumbre sobre todo el invento, y después te coloca una jeringuilla, cocina de jeringar diríamos, con un chute de emulsión de aceite de variedad hojiblanca y anguila. Parece impresionante que Roncero sea capaz de vender eso y creo que es ahí donde reside la genialidad del cocinero, en ser capaz de trilear con sus moluscadas, con el cornete de panceta ibérica y con el ‘ovulato’, que ya sólo esos nombres producen mareos, manejando los mismos resortes que Madoff, pero en este caso aplicados, en un sentido amplio, al paladar.
Mientras, en el Museo del Prado, museo que tiene un incomprensible empeño en mofarse de sus pintores y del arte que alberga, cuelgan la última ocurrencia de Eduardo Arroyo, que es hacer la que podríamos llamar la Adoración del Cordero Místico en el Arroyo. Han tomado la obra capital del gótico y la presentan tal y como la ‘interpreta’ un contemporáneo. El hombre, el tal ‘intérprete’, sin ningún tipo de prejuicio y con un notable desahogo, con el mismo desparpajo con el que Roncero se inventa la paella, se enfrenta al clásico para darle el consabido toque de actualidad sin que uno solo de los conservadores de El Prado, ni uno solo de los miembros del eminente Patronato de la pinacoteca, circunspectos varones, le hayan dicho al tal Arroyo y al que se le ocurrió la idea:
-Tú y Arroyo iros, por favor, al cuerno...
Y así, porque sí, toda la delicada simbología de una obra maestra, dedicada a la mayor gloria de Dios, plena de significados cultísimos, de honda religiosidad, de profunda teología y, además, de sutil belleza, es deglutida como si fuese fast food por Arroyo a mayor gloria de la tontuna contemporánea. A los ojos del pintor ocurrente los Ángeles cantores, Adán y Eva, los ermitaños, los Christi milites con San Jorge al frente, Juan el Bautista, San Cristóbal el gigante, y la tierra toda inundada de belleza, bendita por la presencia del objeto de la adoración, el Cordero, que mansamente recostado, sin nostalgia ni remordimiento del pecado, es la pura imagen del amor de Cristo, se ve transformada en una bizarra manifestación de chistes procaces con Peggy Guggenheim, el ciudadano Kane, Vincent Van Gogh, Oscar Wilde, Pol Pot, Mussolini, Sigmund Freud, Pinochet, Stalin, Hitler, Fidel Castro, Giacomo Casanova, Carlos Marx, Stefan Zweig o Walter Benjamín; o sea que Arroyo ha inventado la portada del Sergeant Pepper’s de los Beatles, que es del año 1967, incluso repitiendo personajes. Y para rematar la faena, pone el tío a la Virgen leyendo el Ulises y transmuta al cordero en un batallón de moscas… cojoneras, dejando a la audiencia boquiabierta, absorta ante tamaña provocación, y a la espera de que Arroyo haga su siguiente obra inspirándose en Mahoma, Alá o el Alcorán, a ver si tiene huevos.
No es cuestión de detallar aquí las sandeces del Taller multisensorial, que, por lo visto, deben ir más orientadas a la mansa obtención de recursos financieros que al enaltecimiento del amor por la comida y por los fogones. Baste explicar que en pleno paroxismo multisensorial, en un momento dado, el Roncero te pone delante de las fauces una paella cuyos granos se hacen uno a uno con jeringuilla a partir de caldo de azafrán, jugo de paella y aceite de oliva que va acompañada de una almohadilla que exhala aroma a romero y de la proyección de imágenes de una lumbre sobre todo el invento, y después te coloca una jeringuilla, cocina de jeringar diríamos, con un chute de emulsión de aceite de variedad hojiblanca y anguila. Parece impresionante que Roncero sea capaz de vender eso y creo que es ahí donde reside la genialidad del cocinero, en ser capaz de trilear con sus moluscadas, con el cornete de panceta ibérica y con el ‘ovulato’, que ya sólo esos nombres producen mareos, manejando los mismos resortes que Madoff, pero en este caso aplicados, en un sentido amplio, al paladar.
Mientras, en el Museo del Prado, museo que tiene un incomprensible empeño en mofarse de sus pintores y del arte que alberga, cuelgan la última ocurrencia de Eduardo Arroyo, que es hacer la que podríamos llamar la Adoración del Cordero Místico en el Arroyo. Han tomado la obra capital del gótico y la presentan tal y como la ‘interpreta’ un contemporáneo. El hombre, el tal ‘intérprete’, sin ningún tipo de prejuicio y con un notable desahogo, con el mismo desparpajo con el que Roncero se inventa la paella, se enfrenta al clásico para darle el consabido toque de actualidad sin que uno solo de los conservadores de El Prado, ni uno solo de los miembros del eminente Patronato de la pinacoteca, circunspectos varones, le hayan dicho al tal Arroyo y al que se le ocurrió la idea:
-Tú y Arroyo iros, por favor, al cuerno...
Y así, porque sí, toda la delicada simbología de una obra maestra, dedicada a la mayor gloria de Dios, plena de significados cultísimos, de honda religiosidad, de profunda teología y, además, de sutil belleza, es deglutida como si fuese fast food por Arroyo a mayor gloria de la tontuna contemporánea. A los ojos del pintor ocurrente los Ángeles cantores, Adán y Eva, los ermitaños, los Christi milites con San Jorge al frente, Juan el Bautista, San Cristóbal el gigante, y la tierra toda inundada de belleza, bendita por la presencia del objeto de la adoración, el Cordero, que mansamente recostado, sin nostalgia ni remordimiento del pecado, es la pura imagen del amor de Cristo, se ve transformada en una bizarra manifestación de chistes procaces con Peggy Guggenheim, el ciudadano Kane, Vincent Van Gogh, Oscar Wilde, Pol Pot, Mussolini, Sigmund Freud, Pinochet, Stalin, Hitler, Fidel Castro, Giacomo Casanova, Carlos Marx, Stefan Zweig o Walter Benjamín; o sea que Arroyo ha inventado la portada del Sergeant Pepper’s de los Beatles, que es del año 1967, incluso repitiendo personajes. Y para rematar la faena, pone el tío a la Virgen leyendo el Ulises y transmuta al cordero en un batallón de moscas… cojoneras, dejando a la audiencia boquiabierta, absorta ante tamaña provocación, y a la espera de que Arroyo haga su siguiente obra inspirándose en Mahoma, Alá o el Alcorán, a ver si tiene huevos.
Y a continuación la tercera pata del banco, la crema de la intelectualiad trayendo su verdad. El cinero Trueba, revolucionario cineasta alumbrado y criado a base de subvenciones, y el diseñador Javier Mariscal, papá intelectual de Cobi, se extasían en público ante Edward Hopper, desnudando su alma de artistas ante las soledades del pintor norteamericano. La finura de la mirada del cineasta cuyo nombre antecede al de Truffaut en las enciclopedias del séptimo arte nos regala su inteligencia cuando detecta unas claras referencias francesas y holandesas en el neoyorquino, y Mariscal, que sabe de eso desde que hizo la escultura mostrenca de una gamba en el muelle de la Fusta en Barcelona, apunta que el temperamento fotográfico de Hopper hace de sus obras una realidad congelada, como los langostinos Pescanova, parece que quisiera decir. Luego Trueba se maravilla de la cantidad de libros de los que los cuadros de Hopper han sido la imagen de portada, para resumir con maestría su juicio con una magnífica frase que es como un Cristo con metralleta aplicada a un pintor que se sitúa descarnadamente, sin pasión ni emoción, sin necesidad de tener que tomar partido hasta mancharse, en un abatido universo atemporal que, precisamente, está desprovisto de toda anécdota. Ahí remata Trueba su idea cumbre para un calendario de taco de sobremesa: "En la anécdota también reside la grandeza".
Así estamos, y son sólo tres ejemplos tomados al azar. Entonces ¿a quién le puede extrañar que en la portada de 6Toros6 tilden a July de 'Invencible'? ¿A quién pueden extrañar las desaforadas loas a José Tomás en su tiovivo -y nunca mejor dicho- de Badajoz?