jueves, 12 de julio de 2012

De la mina salgo, compañero


Jorge Bustos

Lo malo de convocar una marcha minera que parte de las mismas cuencas –les cuenques, decían ayer– con destino a la capital es que, entre que llegas y se junta la columna aragonesa, le das tiempo al enemigo gubernamental para contraprogramarte. Lo que no esperábamos es que Rajoy se empleara tan a fondo en la consumación de este silogismo: si los mineros están jodidos, extendamos el malestar a todas las capas sociales para que no puedan atribuirse el monopolio de la frustración. ¿Quién puede negar que la manifa carbónica que ayer petó la Castellana quedó oscurecida no por el tizne de la antracita sino por el nuevo achique presupuestario que el presidente infligió a funcionarios, concejales, pensionistas y consumidores en general? La socialización de la jodienda por poco deja a los mineros sin capacidad de reacción, pero ya tenían los petardos preparados y no se habían pateado 400 kilómetros por gusto. Como sentenció el compadre de clan de William Wallace cuando este picó espuelas hacia el frente inglés para provocar una pelea: “Bueno, no nos hemos pintado así para nada”.

El aquelarre minero estuvo a la altura de su tradición y abigarró a su paso una rica iconografía izquierdista que ahora desgranaremos y donde sólo echamos en falta fotografías de convictos del comando Madrid y un mechón níveo de Baltasar Garzón izado a lo alto de una pica.
 
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