Hughes
¿Cocido o butifarra? Paella. ¿Messi o Cristiano? Villa. ¿Bernabéu o Nou Camp? Mestalla... Así contestaba Albelda a uno de los cuestionarios habituales antes de un Barça-Madrid y de pronto se me apareció como un esforzado aspirante a la tercera España. Un Marañón con menos frente. El clásico hincha su retórica siempre hasta esa portada del Marca en que aparece el globo terráqueo, en un ay futbolero a punto del Mars Attack. El maniqueísmo machadiano y el cainismo ibérico se refrescan cada año con la murga del clásico, como ahora se argentiniza. Nada escapa a la dualidad, y los novelistas metaforizan la vida con los colores de las dos camisetas. El Barça-Madrid es la mejor literatura que se hace en España. ¿Hay una salida culé a la crisis del Euro? ¿Una doctrina Mou? Florentino Pérez fue el primer tecnócrata del siglo XXI y nos enseñó que detrás del ingeniero de aspecto aburrido puede haber un visionario que llore hacia dentro. La peligrosa pasión dormida de los racionalistas estaba en Florentino, que fue el último Marco Polo antes de que los chinos nos ocupasen la calle. Madridista sería acatar la disciplina fiscal y someterse al ajuste largo; culé, circular la pelota monetariamente, en rondo tranquilizador, como una falsa monea que fuera de mano en mano.
¿Es lícito a estas alturas querer escapar de la retórica totalizadora del clásico? En España sólo el árbitro puede estar al margen (y aún sobre eso hay serias dudas y una teoría conspiratoria abierta a la investigación, como otra exhumación de los bajos fondos de la realidad); no siendo árbitro, toda imparcialidad es una impostura. La Superliga Europea llegará con la reforma del Tratado de Lisboa, es un clamor a gritos porque ¿acaso puede haber unidad monetaria y una pluralidad de Ligas con sus veintisiete Arminios de congelada sonrisa quechua? Quizás sea la única forma de superar la dualidad. La tercera España será la superación hegeliana del duelo, en el hastío del postpartido o a lo que lleguemos cuando podamos ser libremente del Bayern de Munich.
Ahora, en esta hora del mundo, todo aquel que quiere huir del Barça-Madrid está jugando a ser Rosa Díez, que, picassiana y admonitoria, es como la musa oblicua generadora de ángulos obtusos de ese poema de Gerardo Diego: "Norte. Sur. Este. Oeste. / Cenit. Nadir. No sigo / Es imposible astucia / la de acertar contigo". La tercera España es muy civilizada, pero no tiene ideal. Es menos bárbara, pero no explica la realidad. El Barça-Madrid es la actualidad del infinito, oriental dualismo español, sobre el que se construye nuestro mundo puesto en solfa. Y la tercera España es un fracaso histórico y un coñazo imposible, como el Atleti.
Los Objetos Impares
9 de Diciembre
¿Cocido o butifarra? Paella. ¿Messi o Cristiano? Villa. ¿Bernabéu o Nou Camp? Mestalla... Así contestaba Albelda a uno de los cuestionarios habituales antes de un Barça-Madrid y de pronto se me apareció como un esforzado aspirante a la tercera España. Un Marañón con menos frente. El clásico hincha su retórica siempre hasta esa portada del Marca en que aparece el globo terráqueo, en un ay futbolero a punto del Mars Attack. El maniqueísmo machadiano y el cainismo ibérico se refrescan cada año con la murga del clásico, como ahora se argentiniza. Nada escapa a la dualidad, y los novelistas metaforizan la vida con los colores de las dos camisetas. El Barça-Madrid es la mejor literatura que se hace en España. ¿Hay una salida culé a la crisis del Euro? ¿Una doctrina Mou? Florentino Pérez fue el primer tecnócrata del siglo XXI y nos enseñó que detrás del ingeniero de aspecto aburrido puede haber un visionario que llore hacia dentro. La peligrosa pasión dormida de los racionalistas estaba en Florentino, que fue el último Marco Polo antes de que los chinos nos ocupasen la calle. Madridista sería acatar la disciplina fiscal y someterse al ajuste largo; culé, circular la pelota monetariamente, en rondo tranquilizador, como una falsa monea que fuera de mano en mano.
¿Es lícito a estas alturas querer escapar de la retórica totalizadora del clásico? En España sólo el árbitro puede estar al margen (y aún sobre eso hay serias dudas y una teoría conspiratoria abierta a la investigación, como otra exhumación de los bajos fondos de la realidad); no siendo árbitro, toda imparcialidad es una impostura. La Superliga Europea llegará con la reforma del Tratado de Lisboa, es un clamor a gritos porque ¿acaso puede haber unidad monetaria y una pluralidad de Ligas con sus veintisiete Arminios de congelada sonrisa quechua? Quizás sea la única forma de superar la dualidad. La tercera España será la superación hegeliana del duelo, en el hastío del postpartido o a lo que lleguemos cuando podamos ser libremente del Bayern de Munich.
Ahora, en esta hora del mundo, todo aquel que quiere huir del Barça-Madrid está jugando a ser Rosa Díez, que, picassiana y admonitoria, es como la musa oblicua generadora de ángulos obtusos de ese poema de Gerardo Diego: "Norte. Sur. Este. Oeste. / Cenit. Nadir. No sigo / Es imposible astucia / la de acertar contigo". La tercera España es muy civilizada, pero no tiene ideal. Es menos bárbara, pero no explica la realidad. El Barça-Madrid es la actualidad del infinito, oriental dualismo español, sobre el que se construye nuestro mundo puesto en solfa. Y la tercera España es un fracaso histórico y un coñazo imposible, como el Atleti.
Los Objetos Impares
9 de Diciembre