miércoles, 10 de noviembre de 2010

Una Boda y el Rosario de la Aurora

Luis Buñuel

José Ramón Márquez

Se casó Manzanares, el torero golfista, el niño del swing, con su novia de toda la vida, y las revistas serias como el Aplausos (¡la revista taurina!) nos dan cumplida información de la ceremonia, a la que asistió lo más granado de la torería andante, excepto el padre del contrayente, que no me explico cómo no se presentó el hombre, con lo buena persona que es.
Luego, en otra prensa más canallesca, nos enteramos de que aquello terminó como el rosario de la aurora con broncas, gritos y demás escenografía cutre, como si alguien hubiese regalado a la novia de toda la vida aquel famoso collar nefasto que regalaron a Harmonía en su boda con Cadmo y que traía la desgracia a quien lo poseyese.
El asunto es que allí acabó llegando hasta la Guardia Civil a tomar cartas en el asunto, que la cosa parece que iba tomando un mal cariz, con gritos y lanzamiento de objetos. Eso nos lleva a pensar de nuevo en que si los toros y los toreros no dependiesen del Ministerio del Interior, sino del de la Cultura, como proclama la coyunda de figuras y empresarios, en vez de la picoleta con el tricornio y el subfusil allí habrían llegado, capitaneados por Angelines la Ministra, Chema Prado con sus hechos fílmicos bajo el brazo, Rogelio Blanco con los hechos literarios bajo el sobaquillo, Santos Castro con sus hechos industriales y culturales en la carpeta, y Mari-Ángeles Albert con sus hechos museísticos en la talega, todos de buen rollito, sin violencia, todo talante, sin una voz más alta que otra, y encima reduciendo el IVA del bodorrio, que por algo son gente educada, culta, con lecturas e idiomas. Y les habrían obsequiado a los novios con una semanita, todo incluido, en la casa que fue de Luis Buñuel, en la Colonia Del Valle de México D.F., y que ahora pertenece a La Cultura y donde dicen que en ciertas fechas señaladas, se aparece la fantasma* del cinero baturro aporreando sañudamente un tambor.



*La palabra Fantasma aparece como femenino hasta la edición de 1822 del diccionario de la Real Academia. La pongo de esa manera como mortificación para Don Concha, jefe de la RAE, esa moderna institución que ya apenas tiene nada que ver con la Real Academia.