“En la vida existen tantas cosas de las que hay que reírse a carcajadas que si se riese uno de todas a la vez, no se haría nada más en todo el día”, advirtió Mihura. Es lo que le pasa a uno cuando lee los pueriles manoteos del cardenal frustrado Juan José Tamayo en el periódico global en español. El tal Tamayo acredita la condición de secretario general de la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII, y uno echa de menos a los Teólogues en tal nómina. ¿Se estará volviendo una miaja tridentina el colectivo de clérigos de progreso proscritos por el oscurantismo romano? En fin. La risión nace de una pieza intitulada “La visita del inquisidor de la fe”, donde el pobre Tamayo, que ve cómo se le escapan los años sin poder tumbar al Primado a golpe de iconoclastia de tribuna en El País, escribe que el Papa acumula “un poder absoluto superior al de los faraones egipcios, los emperadores romanos y los califas del Imperio otomano”. ¡Y no se refería a Rubalcaba! ¡Ay, si verdaderamente Benedicto XVI mandara tanto como describe este Che Guevara de la escolástica, qué poco tardarían los teólogos y las teólogas de la Juan XXIII en rondar a la Curia por un puestecillo vaticano así fuera de jardinero en Castelgandolfo! Y sigue: “El Vaticano como Estado y el autoritarismo papal han contribuido al fracaso del cristianismo en su historia”. ¿No querrá decir más bien que han contribuido al fracaso de Tamayo como papable?
Los hombres se obsesionan con lo que tienen prohibido: los rojos con el dinero, los meapilas con el sexo y los zerolos con el matrimonio. A uno siempre le ha sorprendido que la izquierda española preste tan devota atención al ejercicio pastoral. Vamos a ver: ¿No habíamos quedado en que ustedes separaron la Iglesia del Estado y emanciparon al pueblo de la moral tradicional? ¿Por qué no se entregan a sus dionisíacas conquistas sin más ni más? Pues no señor: resulta que se beben las encíclicas como si fueran botellines. O sea: puro síndrome de abstinencia.
(La Gaceta)