Francisco Javier Gómez Izquierdo
No me convence el personaje, pero sí el entrenador. Me consta que su prepotencia y su aparente despotismo tienen mucho de pose para revalorizar su empresa. Aún así, no me gusta su manera de hablar... pero me rindo a sus métodos de motivación y a la firme mano que guía una plantilla de purasangres a la que parecía imposible domar. Reconozco mis dudas sobre cómo encajaría en la Casa Blanca, pero ha convertido a la prensa deportiva madrileña -tan ventajista e impaciente- en su primer club de fans.
No es cierto que haya venido sólo a defender. Domina tanto el oficio, que sabe perfectamente lo que tiene -nada que ver con un Inter de prejubilados-, y después de fortalecer el castillo, pone en práctica razzias indefendibles al mando de generales sorpresivos y sorprendentes. A Xabi le ha dado la vara de mando y los mimos que merece su importancia, ya que todo bulle a su alrededor. Cristiano ataca como hablaba Cassius Clay y Di María es el mejor fichaje del año. Se calzó las botas en el Bernabéu y ha cogido el ritmo del gato del cuento con la discreción que se echa en falta al nº 7. Y Özil.... Su técnica, clase y magia no las voy a discutir, pero... se pierde muchos ratos y sigo teniendo dudas de su rendimiento en los partidos decisivos. El porvenir nos lo dirá.
Hace mucho tiempo llegué a una teoría para valorar a los entrenadores. Los buenos son aquellos que hacen que sus jugadores valgan más después de pasar por sus manos. Pero esta teoría no sirve para los grandes equipos, pues Caparrós, por ejemplo, sería un desastre en los dos de España. Para entrenar al Madrid y al Barça se precisa ser serio, transmitir autoridad, y saber mucho de fútbol. Como Mourinho... y Guardiola, cada uno a su manera. A Guardiola le pierden sus caprichosos fichajes. A Mourinho su desmedida chulería. Los dos son un lujo. Están solos. Mano a mano. No hay más.