Nat Fleischer
En el medio siglo que he estado haciendo reportajes de boxeo, no recuerdo pelea más brutal que la que celebraron Filadelfia Jack O'Brien y Stanley Ketchel en Nueva York. Conservo en la memoria ese encuentro como si lo estuviera viendo, en todos sus detalles. Pocas veces he presenciado una pelea que pueda compararse con ésta en locura homicida.
Yo esperaba que el veterano O'Brien fuera derrotado fácilmente por el hombre a quien los periodistas considerábamos el campeón más grande en la historia de los medianos. Pero salí de allí con un canto de gloria a Jack o'Brien por el coraje, el arte consumado y los nervios de acero de que hizo gala frente a un contrario más joven e implacable, el Asesino de Michigan, como en justicia llamaban a Stanley Ketchel.
En el medio siglo que he estado haciendo reportajes de boxeo, no recuerdo pelea más brutal que la que celebraron Filadelfia Jack O'Brien y Stanley Ketchel en Nueva York. Conservo en la memoria ese encuentro como si lo estuviera viendo, en todos sus detalles. Pocas veces he presenciado una pelea que pueda compararse con ésta en locura homicida.
Yo esperaba que el veterano O'Brien fuera derrotado fácilmente por el hombre a quien los periodistas considerábamos el campeón más grande en la historia de los medianos. Pero salí de allí con un canto de gloria a Jack o'Brien por el coraje, el arte consumado y los nervios de acero de que hizo gala frente a un contrario más joven e implacable, el Asesino de Michigan, como en justicia llamaban a Stanley Ketchel.
Según se creía, O'Brien estaba ya en el ocaso de su carrera. Su velocidad, que con su inteligencia le permitía figurar entre los mejores de su tiempo, era cosa del pasado. Ya no tenía su juvenil poder de recuperación ni la habilidad con que esquivaba o asimilaba el castigo. Pero su mente estaba muy clara, y gracias a ella pudo dar a los fanáticos una suprema demostración que nunca olvidarían.
Ketchel estaba en su mejor momento. Cuatro meses exactos antes de este encuentro, había electrizado al mundo de los deportes con su retorno sensacional, noqueando a Billy Papke. Subió al ring como favorito absoluto para ganar por nocao.
La pelea fue emocionante como una leyenda. Se repitieron una y otra vez momentos tan tensos que dejaban a los fanáticos sin aliento. Y O'Brien no tenía más que su pericia de veterano y un corazón inmenso para hacer frente a las feroces embestidas de su contrincante.
O'Brien alargó el desenlace inevitable durante nueve asaltos brillantes con sus tácticas astutas y su coraje. Y al final, el viejo guerrero debió postrarse ante el Padre Tiempo. Un golpe de Stanley había levantado en vilo a O'Brien, que cayó inconsciente sobre el encerado y allí, a la cuenta de cuatro, lo salvó la campana de un nocao seguro. El árbitro podía haber contado hasta cien, porque el veterano ya no podía levantarse. Los que presenciamos su incomparable exhibición de valor, resistencia y buen boxeo nos alegramos de que se hubiera librado del nocao oficial.
En los asaltos tercero, cuarto y quinto se dieron con todo lo que tenían, sin pausa para respirar. O'Brien recibía las embestidas de su contrario con izquierdas que estremecían a Ketchel y le hacía rebotar la cabeza con sus impactos.
Poco antes de concluir el segundo asalto, O'Brien había recibido un golpe loco que le abrió una profunda herida bajo el ojo derecho, y desde ese momento su cara se convirtió en una máscara sangrienta. Y, transcurridos seis asaltos, Ketchel estaba cubierto de cortes y laceraciones, pero el veterano había pagado un alto precio: tenía heridas en los ojos y los labios, enormes verdugones rojos en todo el cuerpo, producto del martilleo constante de Ketchel. Ambos dieron y recibieron un castigo terrible, y ambos estuvieron mareados varias veces. Nunca hubo un hombre que pegara al cuerpo como Ketchel, y no me explico cómo O'Brien pudo resistir tantos golpes.
Ketchel estaba en su mejor momento. Cuatro meses exactos antes de este encuentro, había electrizado al mundo de los deportes con su retorno sensacional, noqueando a Billy Papke. Subió al ring como favorito absoluto para ganar por nocao.
La pelea fue emocionante como una leyenda. Se repitieron una y otra vez momentos tan tensos que dejaban a los fanáticos sin aliento. Y O'Brien no tenía más que su pericia de veterano y un corazón inmenso para hacer frente a las feroces embestidas de su contrincante.
O'Brien alargó el desenlace inevitable durante nueve asaltos brillantes con sus tácticas astutas y su coraje. Y al final, el viejo guerrero debió postrarse ante el Padre Tiempo. Un golpe de Stanley había levantado en vilo a O'Brien, que cayó inconsciente sobre el encerado y allí, a la cuenta de cuatro, lo salvó la campana de un nocao seguro. El árbitro podía haber contado hasta cien, porque el veterano ya no podía levantarse. Los que presenciamos su incomparable exhibición de valor, resistencia y buen boxeo nos alegramos de que se hubiera librado del nocao oficial.
En los asaltos tercero, cuarto y quinto se dieron con todo lo que tenían, sin pausa para respirar. O'Brien recibía las embestidas de su contrario con izquierdas que estremecían a Ketchel y le hacía rebotar la cabeza con sus impactos.
Poco antes de concluir el segundo asalto, O'Brien había recibido un golpe loco que le abrió una profunda herida bajo el ojo derecho, y desde ese momento su cara se convirtió en una máscara sangrienta. Y, transcurridos seis asaltos, Ketchel estaba cubierto de cortes y laceraciones, pero el veterano había pagado un alto precio: tenía heridas en los ojos y los labios, enormes verdugones rojos en todo el cuerpo, producto del martilleo constante de Ketchel. Ambos dieron y recibieron un castigo terrible, y ambos estuvieron mareados varias veces. Nunca hubo un hombre que pegara al cuerpo como Ketchel, y no me explico cómo O'Brien pudo resistir tantos golpes.
En el noveno, Ketchel llegó con una izquierda quellevó a O'Brien contra las sogas y de ahí al piso. Pero el veterano se levantó antes de que le contaran diez y se agarró en un clinch.
Vino entonces el asalto final. Bufando y gruñendo, Ketchel salió de su esquina tirando izquierdas y derechas a la mandíbula. O'Brien cayó, se levantó no sé cómo, trató de mantener a distancia al Asesino, mas no pudo. Una violenta derecha a la quijada lo envió a la lona como un saco. Nadie esperaba verlo levantarse de nuevo... pero se levantó. A ciegas volvió a encimarse al otro, y fue entonces cuando el monarca mediano lo levantó en peso con un mazazo definitivo. Jack cayó de cabeza en la caja del aserrín y allí quedó hasta que sonó la campana.
Así terminó la pelea que ha dejado una marca indeleble en mi memoria. Un clásico del ring, si los hubo.
Vino entonces el asalto final. Bufando y gruñendo, Ketchel salió de su esquina tirando izquierdas y derechas a la mandíbula. O'Brien cayó, se levantó no sé cómo, trató de mantener a distancia al Asesino, mas no pudo. Una violenta derecha a la quijada lo envió a la lona como un saco. Nadie esperaba verlo levantarse de nuevo... pero se levantó. A ciegas volvió a encimarse al otro, y fue entonces cuando el monarca mediano lo levantó en peso con un mazazo definitivo. Jack cayó de cabeza en la caja del aserrín y allí quedó hasta que sonó la campana.
Así terminó la pelea que ha dejado una marca indeleble en mi memoria. Un clásico del ring, si los hubo.
Ketchel