Pep marcándose un Cantoná con una silla
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Bruce Springsteen, el pestiño de Nueva Jersey, acaba de cumplir 75 años, y Ancelotti, que acaba de cumplir 300 partidos en el Real Madrid, dice que el Real Madrid es rocanrol, cuyo “Boss” pasa por ser Bruce Springsteen.
Para mí, Springsteen existe porque lo vi un 2 de agosto del 88, en Madrid. No en el Calderón, el estadio donde se anunció (¡en los 80 el ruido vecinal no se había inventado y el prestigioso jurista Martín Pallín todavía era joven!), sino en la cafetería del Multicentro de Serrano, frente al ABC. Era una cafetería oscura, de la cadena Charlot, en el primer piso, y con camareros de pajarita. En los 80, uno se levantaba a las dos de la tarde y a eso de las tres salías hacia el periódico, con parada en el Multicentro para despejarte de la dormida y cafetear. Ese día, martes, en la cafetería, de guardia, estaba Manolo, que era de Aranda de Duero y no hablaba inglés. Andaba fuera de sí porque en el comedor, un reservado muy discreto, se le habían sentado “unos pintas”, decía él, muy raros y que no querían comer, cuando a esa hora las cuatro mesas estaban reservadas para menús. Los “intrusos” llevaban pañuelos tipo bandanas y agitaban los brazos pidiendo cosas que Manolo no entendía. Y la voz cantante la llevaba un tío bajito en camiseta blanca y con botas: era Bruce Springsteen, con su E Street Band, que incluía a la pelirroja Patti Scialfa y supongo que a Steven Van Zandt, luego Silvio Manfred Dante, “Sil”, pero entonces no lo sabíamos, porque todavía no se habían inventado Los Soprano.
–Entonces ¿son famosos? –oí que me decía Manolo cuando eché a correr en busca de un fotógrafo.
Cosa idiota, en Madrid, en verano, buscar un fotógrafo a las cuatro de la tarde en la Redacción de un periódico.
En el Real Madrid del 88 jugaban Buyo, Chendo, Sanchís, Maceda, Camacho, Gordillo, Gallego, Míchel, Hugo, Butragueño, los Llorente, Aragón, Schuster… ¿Era eso rocanrol? Vistos hoy, por edad, pudieron serlo, como Ancelotti, que confunde su juventud con el rocanrol.
Creo que Ancelotti ha dicho lo del rocanrol para chinchar a esos cayetanos podemitantes del Bernabéu que juegan a quejarse del ruido… ¡de los goles! A la música callada del toreo, que dijo Bergamín, le seguirá la música callada del fútbol, un rocanrol del silencio: para Steiner, que lo asociaba con el final de nuestro sentimiento de la armonía de la vida, el rock iba del brazo del odio al silencio, y aquí tienen los pallines una vía al delito de odio. De los silencios de la Maestranza a los silencios del Bernabéu.
–El jazz –tiene dicho por ahí Steiner– me parece muy próximo a la música clásica. Yo estaba en la Universidad de Chicago en los años en que Dizzy Gillespie hacía su debut en Beehive, en los que Charlie Parker se convertía en leyenda. Pero el rock me parece estar del otro lado de la humanidad: está hecho para ensordecer, para humillar. Es totalmente sádico.
Al Madrid de Vinicius hay que oírlo con los ojos. Ese equipo podrá hacer jazz, pero nunca rocanrol. Un mes antes del concierto de Springsteen en Madrid, Santiago Auserón nos envió a “Gente y aparte” su “Manifiesto del rocanrol”, donde lo explicaba como un funcionario del Catastro: “Todo en torno al rocanrol es confuso y ambiguo. Brota como un chispazo en medio de la complejidad de estos tiempos. Con su gesto básico señala el lugar donde el hombre combate de nuevo por un mundo del que en primera instancia está desposeído”. Tú le dices esto a Vinicius y lo dejas igual de turulato que cuando Zidane quiso convertirlo en lateral derecho.
Yo en el fútbol de Vinicius veo, gracias a Dios, antes que la guitarra de Jimmy Page, el batá de Mongo Santamaría y el piano de Charlie Palmieri.
–“Mayeya”, una canción en la que Charlie Palmieri toca el piano como si quisiera aflojarle las rodillas a un islandés –en palabras de Lina Tono, que lo aclara: “Mayeya no es otra cosa que Yemayá, pero dicho al revés. Así se refieren los yorubas cubanos a la señora madre de todos, a la dueña del mar y la fertilidad”. Ahí veo al gran Vinicius del Balón de Oro.
Todo el futbol del Madrid es Vinicius, y Vinicius es timba cubana. Cuando todo el fútbol del Madrid era Cristiano, el Madrid podía ser rocanrol, con Bale a la guitarra de doble mástil de Jimmy Page. Pero si ahora discutimos de si rock o si jazz, es porque el fútbol institucional padece del agusanamiento de toda la vida española. Cela tenía razón: somos un país encabronado por la envidia. ¿Y si también el fútbol formara parte del Cuponazo catalán? Alcaraz, murciano de El Palmar, rompe una raqueta contra el suelo en Cincinatti, y los medios lo arrodillan hasta obligarlo a pedir perdón, “que hay niños”. Guardiola, catalán de Sampedor, patea una silla de la grada en Manchester, y los medios elogian “su pasión”, para que aprendan los niños. Epigrama (leído en un titular): “Karius se ofrece al Barça”.
Setenta y cinco años, Bruce Springsteen. “¿Y si el tiempo no existiera?”, pregunta el físico veronés, que debe de ser rockero, Carlo Rovelli (el tiempo sería una ilusión derivada de nuestro mal conocimiento de la realidad). En lo mejor de la cogitación, el “Marca” propone el gran escándalo nacional: “¡Vinicius se rio del tiempo añadido!” (Jugándose la expulsión y el derbi, añade). Bergson, Einstein… ¡Hagan que pase lo que ha de pasar!