Ignacio Ruiz Quintano
Abc Cultural
Al egipcio Boutros Ghali, sexto secretario general de la Onu –con Clinton en la Casa Blanca, ¿eh?–, alguien le soltó la pregunta que nadie se había atrevido a hacer: “¿Cuántas personas trabajan en la Organización?” Ghali no supo disimular: “A lo sumo –respondió–, la mitad.”
Y la mitad de la mitad son los famosos con causa, admiradores fetichistas de la denominación Onu, tótem contemporáneo de toda causa con famoso. No se puede hacer astillas de un poste totémico sin que los salvajes –los famosos– crean que se ha agraviado a la divinidad, y sería inútil convencerlos de lo que el sentido común sabe muy bien: que la tal divinidad no existe, y menos en esa casa regentada por el padre de Kojo Annan y asentada, por cierto, sobre unos terrenos regalados por un millonario estrafalario –estrafalario porque, siendo millonario, hacía regalos–: Rockefeller.
Hoy, los famosos con causa dan la lata y reciben un dólar –a lo mejor del Programa Petróleo por Alimentos– y el título de Embajadores de Buena Voluntad con un certificado especial como el que repartían los bulderos de nuestra literatura picaresca. Aparte la fama, tienen en común la dificultad para terminar la enseñanza secundaria, el “respeto a los derechos humanos” (?) y la solidaridad con los desfavorecidos. El mecanismo psicológico que los conmueve es bien sencillo: levantarse ricos habiéndose acostado pobres y no tener una explicación racional para el fenómeno. Schifer y Jolie. Eto’o y Ronaldinho. Rigoberta Menchú y Alicia Alonso. Ya lo dijo Seka, palabra serbia –esto no lo sabía el Sabio de Hortaleza– que significa “chiquilla” y que fue adoptada como seudónimo artístico por la descomunal virginiana Dorothy Patton –ingles celestes, muslos pimpantes, corzas mellizas, etcétera–, después de servir refrescos un domingo en una escuela católica:
–Las obras de caridad mantienen fresco tu nombre y tu personalidad.
Con causa, aunque no sabemos si con póliza de la Onu en regla –sin esa póliza, sus causas serían “ilegales, inmorales e injustas”, como las guerras de Bush–, tenemos a Sting salvando el Amazonas, a Richard Gere salvando el Tíbet y a George Clooney salvando el Periodismo (rama Dan Rather). Con estos ejemplos Dustin Hoffman podría volver a decir que en su país la política (demócrata) y el cine (progre) son lo mismo, pues en ambas industrias el trabajo consiste en hacer creer lo que no es cierto.