domingo, 27 de octubre de 2024

Hughes. Real Madrid, 0-FC Barcelona, 4. Flick prejubila a Ancelotti



Hughes

Pura Golosina Deportiva


Más que explicar el partido habría que explicar qué ha pasado.


Hace sólo unos meses el Madrid era campeón de Europa, de Liga, riquísimo e iba a fichar a Mbappé mientras el Barcelona estaba en la ruina caracolera, se enfrentaba al desprestigio más absoluto por el Caso Negreira y no tenía ni para pagar el champán de Laporta en Luz de Gas.


¿Qué ha tenido que pasar?


El Madrid ha estirado la gloria de Ancelotti, pero sin hacer mucho caso a Ancelotti. Ha empeorado la defensa, ha perdido al director de juego y ha fichado al mejor nueve del mundo, lo que le obliga a ajustes tácticos sobre lo que ya era un conjunto mixto poco explicable de amontonamiento, providencia y arrebato.


Ahora el Barcelona se pasea en el Bernabéu con un 0-4 que en otro tiempo hubiera provocado como mínimo una bronca seria. Se va a enterar Tchouameni en los próximos partidos...


El Madrid salía con lo que puede ser el once de gala. Un 4-4-2 con Bellingham en la derecha. Cada partido es un "¿Dónde está Wally?". ¿Dónde está Belly? De interior derecha estuvo.


Pero el Madrid, con lo que ahora se llama un bloque medio, estaba compacto y disfrutaba de espacios para los puntas. Destacaba Camavinga en el robo de pelota, con agresividad y prontitud.


El Barcelona arriesgaba y fiaba su estrategia al fuera de juego. El Madrid podía marcar pero le faltaba el toque justo, el control, la punta de suerte que ya deberíamos saber que no es realmente suerte sino otras cosas. Marcó, de hecho, el Madrid en un golazo de Mbappé que el VAR anuló. A fuerza de caer en offsides, Mbappé cogió bien la línea, pero se invalidó por centímetros de codo, de nariz, absurdos. El Madrid lo celebró muchísimo y, al ser anulado, esa energía ya no se recuperó.


Se estudiará, si no se ha estudiado ya, el efecto psicológico de la euforia inútil de estos no-goles.


El Madrid estaba ligeramente mejor, pero el Barça había sido peligroso en los movimientos rapidísimos de Lewandowski  y Fermín. Poco a poco iba adquiriendo "pelota". Sin embargo Flick, con su aire de divorciado que va remontando, no estaba contento; intuía quizás que con esa inercia caería el 1-0. Así que quitó a Fermín y metió otro amasador, De Jong, que junto a Pedri le ayudó a dominar más el juego. El Madrid ya no olió la pelota.




Y el cambio bien podía haber sido suyo. Ancelotti podía haber reparado en que los mejores pases a Mbappé se los estaba dando Lucas y que, ante tanto espacio y la táctica del fuera de juego, hacía falta quien supiera meter pases al hueco.


Podía haber salido Modric antes esta vez, pero sabemos que los cambios llegan en el 60 y en el 60 ya era tarde porque el Barcelona ganaba 0-2.


Primero fue un pase que atravesó todo el campo para llegar a Lewandowski. Mbappé no presionó al pasador y luego no apareció nadie. Todos miraban, pero ¿desde dónde? Era como cuando en las películas del Oeste se intuye la tragedia y no queda nadie en la calle principal, solo rastrojos movidos por el viento.


La ausencia de Courtois evitó el par de milagros habituales así que llegó el 0-1 de Lewandowski, y el 0-2, poco después, en pase desde la izquierda, la banda de Lucas que entró en siniestro total.


Puede decirse que los goles tercero y cuarto llegaron con el mecanismo simple de mandar balones a Raphinha para que destrozara a Lucas. No hay lateral derecho. No hay apenas centrales. No hay nadie de menos de 40 años que mueva al equipo. Hay que parar la imagen a mitad de partido para ponerse a averiguar dónde narices está Belligham, que se dedica al tackling, aportando al equipo lo mismo que Gravesen ahora mismo. Belingham corría detrás de Casadó. Todos corrían detrás de Casadó. Que esto pasara con Guardiola, vale, que pasara con Iniesta, bueno, que llegara a verse con Pedri, ea, no se va a ganar siempre, pero es que te está pasando con Casadó, que todo sea dicho parece un chaval estupendo.


Entonces a Ancelotti le sonó el timbre del almuerzo. Que entre Modric. Y ahí vimos que si había un partido para Modric era éste, porque la defensa adelantada de Flick empezó a desmoronarse con sus pases.


Mbappé falló, pero también se le había comido un poco la moral con los fueras de juego. En el 66 le llegó un balón y antes de seguir corriendo miró al juez de línea, acobardado, vio que no había nada y siguió, encaró, apuntó y marcó, y cuando lo iba a celebrar vio un banderín. Era hasta cruel.


El Madrid estaba partido y en el océano del medio jugaba solo Dani Olmo. No era fácil perderlo porque iba de rubio platino. Lewandowski pudo marcar el tercero y el cuarto, así que ya le tocó a Lamine marcar el 0-3. Ya se ha dicho: balones a Raphinha para que destroce a Lucas. De ahí vino el tercero y así fue el cuarto.


No solo era un 0-4, era un 12-1 en fueras de juego. Como cuando Sacchi, como cuando el Ajax de Van Gaal. Como cuando el Madrid se enfrentaba a una revolución tecnológica. La revolución Flick devolvió un recuerdo cruyffista. La superioridad táctica exhibida durante la segunda mitad debería provocar bochorno. El Barça era un equipo de una pieza, equilibrado, tenso, compacto, afilado y bien dirigido. El Madrid acaba siendo siempre, salvo en los minutos de rapto y locurón, una cosa indecisa, deshilachada, previsible y morcillona.


Para descender en sólo unos meses desde el punto más alto de la historia del Madrid hasta este 0-4, unas cuantas cosas se han tenido que hacer mal. Falta un lateral derecho, falta al menos un central, falta un centrocampista director, falta encontrarle un sitio a Bellingham y falta una idea de juego. Nada. Minucias.  


Hay que agradecerle al Barcelona que con su campanazo de fútbol ayude a despertar al Madrid de su sueño de soberbia.