Ignacio Ruiz Quintano
Abc Cultural
Bob es Bob Geldof, ese tirabuzón de la caridad que para renovar el milagro de los panes y los peces sólo tiene que mandar a Bono a cantar.
Antes, para ponderar lo pobre que era uno, se decía que no tenía ni para mandar a cantar a un ciego. ¡Mandar a cantar a un ciego! Ahora, en cambio, los ciegos no reciben limosna, sino que la dan, y para ponderar lo pobre que es uno lo que hay que decir es que no tiene ni para mandar a cantar a Bono, que va por la piñata del Nobel de la Paz.
–Tócala otra vez, Bono.
Y Bono, ante cuyas letrillas todos los pobres caen como bolos, coge su siringa y se pone a cantar con grande elegancia.
Que la pobreza es la única elegancia que queda en el mundo no es un pensamiento de Bono, sino del doctor Marañón, que pensaba en nuestra novela picaresca: el gran poema del hambre. ¿Qué sabe Bono de Lázaro o de Guzmán? Peor aún: ¿cómo sabe Bono quiénes son los pobres y dónde se encuentran?
Es igual. Los nuevos filósofos de la felicidad han decidido que éste es el siglo de la psicología positiva –“más atenta a las emociones”–, y no hay cosa que emocione más a una sociedad infantilizada que una cola de pobres con la mano tendida, esforzándose, los pobres, en suscitar compasión. Ahí está Live 8, el guateque de los hijos de Woodstock. Bill Gates y David Beckham –¿quién mejor que ellos va a saber lo bonito que es dejar de ser pobre?– nos han explicado el modo elegante de pedir limosna: en lugar de implorar un socorro, debemos semejar que invocamos un deber. Es el estilo del padre de Kojo Annan, el avispón del programa Petróleo por Alimentos.
Con Live 8, la idea de Bob es echar más avena al caballo, que algún grano caerá en el camino para los gorriones. El gran Jiménez Lozano ha sacado a colación la historia de Ruth, la espigadora: es un precepto bíblico dejar sin recoger restos de mieses para quienes podrían ir allí a espigar. De esta metáfora queda excluido el “top-manta”, pues los artistas, antes que ricos, son eso, artistas, y en el seno de este orden privilegiado, como decía el abate Sieyes en sus libelos, para considerarse pobre no es necesario que padezca la naturaleza; resulta suficiente con que sufra la sola vanidad del interesado. Live 8 no ha sido, pues, más que la forma progresistoide de calcular los trescientos denarios que se hubiera podido dar a los pobres con el ungüento desperdiciado por María en Betania.
Entre Judas y Bob, Judas.