Ignacio Ruiz Quintano
Abc
El Madrid, decía Bernabéu, es ganar en primavera, pero estamos en otoño, la estación de los buenos olores, al decir de los costumbristas, y también la de los suicidios, al decir de Thomas Bernhard, y este año el fútbol ha conseguido solapar las ligas nacionales con la europea (inventada por el uefo Ceferino para competir con la Superliga de Florentino, más el Supermundial de Infantino), con lo cual los futbolistas, que estrenan sensaciones, y que caen como bolos porque no han hecho pretemporada, se encuentran como el cazurro del chiste, que no saben si están a rólex o a setas.
El puntapié que Madrid y Atlético se han llevado en Francia y en Portugal tiene algo que ver con el derbi, donde se dejaron los cuernos con idéntica fortuna, y lo único bueno del pateo es que ha ocurrido en otoño, no en primavera, como aquel clásico Barcelona-Real Madrid de la Liga de los records (goles y puntos, que perdura) que les costó a los dos, tres días más tarde, la eliminación en las semifinales de Champions a manos del Chelsea, el Barcelona, y del Bayern, el Madrid, cuando a Mourinho le fallaron en los penaltis nada menos que Kaká, Ramos y Cristiano. Los futbolistas no debieran declararse en huelga: bastaría con que eligieran una competición para pelearla en serio, tomándose el resto como los trofeos veraniegos de los 70. Rólex o setas. En el caso del Madrid, la Champions, obviando la Liga española, siguiendo el consejo de Bear Grylls según el cuál nunca hay que consumir en cazar una pieza más energía de la que te proporcione como alimento. Al fútbol lo matan sus propios gobiernos: a más cantidad, menos calidad. El espectáculo hoy viene a ser, en general, un absurdo trote cochinero que aburre hasta las lágrimas, y el piperío culpa a Ancelotti, que parece más ocupado en gestionar la retirada de Modric, esa rémora, que el juego del Real Madrid, donde los jóvenes se agostan antes de dar un fruto. Ancelotti es conservador, como todos los personajes criados en una cultura campesina; como los payeses de Pla, habilísimos en la negociación, la diplomacia, el segundo juego y la tercera jugada. Según Pla, los payeses son conservadores porque el trabajo que realizan les fuerza a serlo: un hombre que se mueve en un medio sistemáticamente hostil, no tiene más que un camino para subsistir, que es afinar la prudencia.
–¿Que la prudencia puede ser tan excesiva hasta convertirse en odiosa? De acuerdo. ¿Pero, cómo graduar la prudencia? ¿Por decreto? El conservadurismo de los payeses es a veces tan fuerte que no conserva nada y es no sólo inservible, sino contraproducente. Esto se ve a cada momento.
Los payeses son conservadores porque es la clase social que contiene menos aventureros: por eso el Madrid de Ancelotti, en pleno naufragio, se agarra a los trienios de Modric, que es como si el Bayern se presentara todavía hoy a los partidos con Lothar Matthäus de capitán, función que tampoco hace bien el croata, como demostró en el derbi al atender las quejas del señor Resurrección hacia Vinicius, mientras Carvajal escondía bajo la alfombra bocadillos arrojados a Courtois.
En contra de todas las expectativas, este Real Madrid no hace goles, y no hace goles porque no crea ocasiones, salvo las que Vinicius se saque de la chistera, que no del sistema (aquí entra el entrenador), y entre el piperío cunde el runrún con Aurealiano, por los duros que costó, y con Mbappé, por los duros que cobra. Lo de Aurealiano con la prensa lo describió el crítico Curro Fetén en los toros: para ser mediocentro del Real Madrid hay que mandar; Aureliano no manda; y si manda, aquí no llega. En cuanto a Mbappé, la dramática duda pipera: si fuera otro Zidane (seis meses tardó Del Bosque en integrarlo), pase. Pero ¿y su fuera otro Kaká? Más dos frustraciones: Davies (sobre todo viendo correr a Fran García) y Yoro. Y una canción desesperada: Bellingham jugando como con el Cholo, o sea, de Gravesen, destinado a marcar al carrilero contrario. Otro Pegaso atado al arado.
[Sábado, 5 de Octubre]