Como la clase política actual, sobre ser decadente, es ignorante, pensó que eso de Raza resultaba “fascista” y tuvo la brillante idea de cambiarlo por “Avenida de las Razas”, algo así como “Avenida de las Identidades Tribales”
Aquilino Duque
No hace mucho, en el Instituto Francés de Madrid para no ir más lejos, tuve ocasión de proclamar una vez más mi deuda con la Hispanidad. Y es que gracias a que la Hispanidad no es una entelequia, al concluir la Segunda Guerra Mundial y fundarse la Organización de las Naciones Unidas, fue la lengua española una de las cinco lenguas oficiales de la flamante Organización. Eso fue así no porque el español fuera precisamente el idioma de la España de Franco, nación entonces proscrita, sino por haber sido la “lengua del Imperio” y ser la lengua de la llamada “América latina”. Esa América se venía llamando América hispana, Hispanoamérica o América española hasta que Adolphe Thiers, ministro del Interior de Luis Felipe de Orleáns, mandó a Méjico al Sr. Michel Chevalier, con el fin de recuperar para la “latinidad”, encabezada por Francia por supuesto, a los países americanos emancipados de España y Portugal. Esa “latinidad” fue la cabeza de puente de la intervención de Napoleón III para imponer al emperador Maximiliano.
La idea era racial e iba dirigida contra la hegemonía anglosajona en el Nuevo Continente, pero la “raza sajona” aprovecharía el invento, por boca de Woodrow Wilson, para esgrimirlo contra el legado hispanocatólico de sus vecinos meridionales. Tanta fortuna hizo la nueva denominación en ese país que hubo ya en nuestros días un Vicepresidente que confesó que si hubiera sabido que tenía que viajar tanto a “Latin America”, habría estudiado latín en la escuela. Un funcionario francés del servicio exterior, que había estado destinado en Méjico, me comentaba el amor de los mejicanos por la cultura francesa pese a su inquina a Napoleón III, y eso me hacía pensar que a “Napoleón el pequeño” lo odiarían menos si recordaran que fue él quien remató la operación iniciada por el hispanófobo Thiers, el mismo que aplastaría luego a la Commune, de elevarlos a ellos y a sus hermanos de habla española al rango de “latinos”.
Lo de la Hispanidad se le ocurrió en Buenos Aires al sacerdote vasco don Zacarías de Vizcarra, y lo del Día de la Raza también procede de Ultramar, de criollos y mestizos: Rodó, Riva Agüero, Darío, el “poeta de la Raza”. Otro, como el mejicano Vasconcelos, hablaría de la “raza cósmica”, que en el fondo era lo mismo. La Exposición Iberoamericana de 1929 influyó en el urbanismo de la ciudad y de entonces data en Sevilla la Avenida de la Raza. Como la clase política actual, sobre ser decadente, es ignorante, pensó que eso de Raza resultaba “fascista” y tuvo la brillante idea de cambiarlo por “Avenida de las Razas”, algo así como “Avenida de las Identidades Tribales”.
Mi deuda con la Hispanidad consiste en que, gracias a ella, me he ganado la vida como traductor de los organismos internacionales, y en ellos he tenido compañeros bilingües, de castellano y catalán. Entre ellos había de todo, pero uno de ellos, que llegaría a ser jefe de la sección, al comentarle yo a comienzos del régimen actual la “normalización” del catalán en Cataluña, me contestó que eso no bastaba, que había que ir a la “catalanización” integral, porque el español era una especie de volapuk sin base real impuesto por la fuerza. Otro, que también llegó a la cima de nuestra burocracia internacional, me dijo airadamente que el idioma español se lo habían impuesto a él. A ambos les dije que qué idioma habían alegado como lengua materna al rellenar la solicitud de ingreso en la casa, y ambos me contestaron que lo que yo decía era muy grave. “Más grave es lo que tú haces”, les contesté al uno y al otro.
Ahora que un ministro del Gobierno dice que hay que “españolizar” a los niños de Cataluña, protestan airadamente no ya los “catalanizadores”, sino los del partido responsable de la catástrofe pedagógica de la nación. Y es que el ministro se queda a medio camino, pues tendría que haber hablado de “españolizar” a los niños de todas las regiones de España, embrutecidos por no decir algo peor por cosas como la “Educación para la Ciudadanía”. Mucho se ironiza sobre la “formación del espíritu nacional” cuando sale este tema en las tertulias del cuarto poder, no menos decadente que el tercero, el segundo y el primero. De la Formación del Espíritu Nacional sólo se sabe que era una asignatura prescindible y superflua en tiempos del “régimen anterior”, una asignatura que nadie estudiaba, y bien que se nota.
En Viñamarina