martes, 30 de julio de 2024

"Por consiguiente"

Gregorio Esteban Sánchez Fernández, Chiquito de la Calzada
Ilustración de Alejandro Antoraz Alonso


Ignacio Ruiz Quintano

Abc


El 92 fue el “Bienvenido, Mr. Marshall” del 78. Juegos Olímpicos en Barcelona, Exposición Universal en Sevilla y Capitalidad Europea de la Cultura en Madrid. Samaranch, Pellón y Osaba. Bajo aquella lluvia de Dánae, intelectuales y periodistas bailaban como “jackrussells” en una fábrica de salchichas. Un revistoso de trenes llamaba a un revistoso de aviones para pedirle un “articuento”, y le contestaban que por menos de trescientas mil pesetas (unos dos mil euros de los de ahora) no se ponía a la máquina. El dinero fluía en el mercado como los ríos de leche y miel en la Biblia, y sabemos de eso. Somos el país del “kilo”, del “pellón” y de la “vaca”.


El “kilo” lo inventó Manuel Benítez, El Cordobés, como unidad de medida del “millón” de pesetas. El “pellón” lo inventó Antonio Burgos, al que se le hacía bola decir “millardo”, como unidad de medida de los mil millones de pesetas, imprescindible para arquear las cuentas del colosal desfase presupuestario de la Expo. Un “pellón”, según Burgos, “equivalía a mil millones de pesetas de dinero público despilfarrados en obras absolutamente innecesarias”. Y la “vaca” se inventó en casa de los Lanzas (“mi hijo tiene dinero p’asar una vaca”) como unidad de medida de la morterada de euros.


De repente (“Pongo buebos de repente”, rezaba un cartel de la taberna “Bienmecomes” de Elorrio, donde papeaba Indalecio Prieto), un 20 de noviembre del 92, con el declinar de los fastos, el editorial del diario gubernamental sobrecogió a todo el mundo con un editorial titulado “¿Qué hace el Rey?”


Estabilizada la democracia, y con ella la monarquía constitucional, la pregunta ha dejado de ser preocupante para dar paso, en cambio, a que lo sea la respuesta. Hoy el Rey clausura un encuentro gastronómico internacional.


El encuentro gastronómico lo organizaba un pariente de la competencia periodística, y en el editorial asomaba la mano terrible de Pradera ("¡pecador de la pradera!"), que, desde luego, ignoraba el significado de “monarquía constitucional” (el Rey desempeña el Ejecutivo), y sin embargo era traductor del “Touchard”, manual de ideas políticas separadas una a una por la muletilla “por consiguiente”, que fue lo que a Felipe González se le quedó de su lectura. Trevijano lo pilló al vuelo, al analizar el “boom” de Chiquito de la Calzada: cuando González masacraba el idioma para “esconder la verdad con palabras ininteligibles, mecánicamente unidas con absurdos entimemas de la conjunción ilativa ‘por consiguiente’, surgió un humorista que azotaba la imbecilidad de toda esa sociedad”.


Chiquito representa para la expresión cómica de la realidad social lo que González representó para su expresión dramática. El inconsciente humorista de Chiquito iluminó de repente la locura normal que los españoles viven bajo los valores culturales de la Transición.


Chiquito, eso sí, triunfó cuando González, “descubierto como truhán de su celebrada elocuencia política”, fracasaba. No antes.


[Martes, 23 de Julio