domingo, 14 de julio de 2024

Gobernantes octogenarios




Martín-Miguel Rubio Esteban


     La patética demencia senil del viejo verde Joe Biden no debe llevarnos a la precipitada conclusión de que la edad de los ochenta años es incompatible con un maestro ejercicio del poder político. Muy por el contrario, la mayor parte de las grandes figuras de la Historia política ejercieron el poder a esa edad y con grandes éxitos para sus pueblos en muchos casos. Pongamos algunos ejemplos de distintas épocas y países. Nabucodonosor, Darío I, Augusto, Justiniano, Carlomagno, Juan II de Aragón, Luis XIV, Wellington, Palmerston, Francisco II de Austria, Metternich, Palafox, San Martín (Juan José), Espartero, Luis XVIII, Luis Felipe de Orleáns, Victoria I de Inglaterra, Disraeli, Bismarck, Moltke, Garibaldi, Pío IX, León XIII, Porfirio Díaz, Clemenceau, Foch, Guillermo II, Hindenburg, Jorge V, Antonio Maura, Petain, De Gaulle, Stalin, Pío XII, Marshall, Juan XXIII, Winston Churchill, Konrad Adenauer, Juan Pablo II, Benedicto XVI, Papa Francisco, Pablo VI, Helmut Kohl, Ronald Reagan, Gerald Ford, John Adams, Thomas Jefferson, James Madison, James Monroe, John Quincy Adams, Andrew Jackson, Martin van Buren, Herbert Hoover, Harry S. Truman, Kissinger, Mao Tse Tung, Francisco Franco, Manuel Fraga Iribarne, Hirohito, Fidel Castro, François Mitterrand, Erich Honecker, Papandreou, Golda Meier, Fanfani, Andreotti, Silvio Berlusconi, Sergio Mattarella, Mario Soares, Jaruzelski, Chu en Lai, Ho chi Minh, Malenkov, Molotov, Lizardo García Sorroza, Francisco Andrade Marín Rivadeneira, Alfredo Baquerizo, José Luis Tamayo, Isidro Ayora, Luis Larrea, Oliveira Salazar, Neptalí Bonifaz, el gran orador ecuatoriano José María Velasco Izarra, Juan Esteban Pedernera, José Evaristo Uriburo, Hipólito Yrigoyen, Pedro Pablo Ramírez, Edelmiro Julián Farrel, Juan Domingo Perón, Arturo Frondizi, Arturo Umberto Illia, Roberto Marcelo Levinston, Carlos Menem, Isabel II de Inglaterra, o Juan Carlos I, entre otros muchos. Muchos de los aquí señalados fueron también viejos rijosos, pero ninguno hizo gilipolleces en su labor política. Lo que sí es un hecho es que el que de joven ha sido un idiota y un cretino, de viejo es más idiota y más cretino. Todos los vicios crecen con la edad. Pero el que nació con grandes dones intelectuales, de viejo la experiencia lo convierte en un consagrado maestro. Toda la noble asamblea de guerreros aqueos que se describe en la Ilíada, asamblea de reyes con skêptra, o cetros, guarda reverente silencio cuando el octogenario Néstor, hijo de Neleo y rey de Pilos, toma la palabra, y hasta Agamenón tiene que aceptar sus propuestas, aunque sea a regañadientes. Al viejo Néstor Homero le da el sobrenombre o epíteto de “Hippota”, en cuanto que era el mejor táctico aqueo en el uso de los carros de guerra, el Guderian de los griegos: saber mover los carros en una batalla es ciencia y experiencia. La sabiduría experimentada de la vejez la vemos en el mismo mundo griego en los términos políticos, como el de “dêmogérontes”, que formaba el consejo político de la ciudad antigua, o en la institución espartana de la “gerousía”, que es el “senatus” romano que reúne a todos los “patres familias” cuyos ancestros fundaron Roma. Al rey, en griego “basileùs”, con frecuencia Homero lo llama “gérôn”, título de honor, independiente de la edad (Aquiles, Diomedes o Áyax no eran viejos, gérontes), precisamente porque en la palabra “viejo” se encerraba una venerabilidad que emanaba de una autoridad. Si el joven Héctor lleva el epíteto de “korythaíolos”, o su sinónimo “chalkorystês” —“el de resplandeciente casco”: la juventud resplandece de tal fuerza que asusta al pequeño Astianacte—, Néstôr es “hippokorystês” (que lleva casco con penacho de crines de caballo). El joven en política, en el mejor de los casos, es un técnico o un gerente aseado de conocimientos parciales, pero el gran político viejo es un guía. En general, quien aprovechó bien los placeres de la juventud sabe ser un buen viejo. En Zamora se suele decir que “quien de joven no trota, de viejo galopa”. El que gozó ampliamente de la vida, acepta la declinación física y sexual —que no intelectual— como un fenómeno justo, confortado por dos viáticos generosos, que son el recuerdo y la sabiduría de la experiencia. Repárese que Fausto, que es el emblema del hombre viejo que busca la juventud a costa de todo, no lo hace, como se cree generalmente, por el deseo de gustar de nuevo placeres perdidos con los años, sino para ponerse en aptitud de gozar de lo que no gozó nunca; por poder rectificar una vida que dedicó a la sobriedad y al estudio y que ahora, a la vejez, juzga malgastada. Goethe, tan conocedor del alma humana, sabía, pues, lo que hacía al encarnar a su Fausto en un sabio austero y no en un calavera. El viejo debe adaptar su actividad a sus fuerzas, y la actividad política no le supone, si la ha experimentado, una cima insuperable; por el contrario, su experiencia le hacer ser un magnífico jugador de la política, aunque tenga que tener ya al médico como compañero cotidiano, lo mismo que Winston Churchill tenía al simpático doctor Lord Moran. Ya Galeno decía que la tristeza del viejo depende de desear lo que no puede conseguir; y nada se ha podido añadir a esta verdad del padre inmortal de la medicina. Galeno calificaba a la vejez (gêras) como ese estado en que los signos de la salud son neutros, ni sanos, ni malsanos. Esa salud neutra, entre la debilidad de la mala y el vigor de la buena, hace que el juicio del político viejo sea ponderado, equilibrado, experimentado, ni pesimista ni optimista, ni apático ni furioso, justo. En cierta ocasión, en un debate televisivo, Rajoy le dijo a un impertinente invectivador Sánchez: “Usted es demasiado joven”. Tenía razón. No es la vejez lo que descalifica a Biden de la presidencia de los EEUU, sino una enfermedad que suele estar asociada con la edad avanzada, pero que no castiga a todos los viejos. Una breve mirada a la Historia nos enseña que el ejercicio del poder por parte de gobernantes octogenarios, incluso en graves conflictos bélicos o grandes crisis económicas, ha salvado a sus pueblos. Pensemos, además, como Gregorio Marañón, que los errores de los viejos fueron casi siempre verdades en su tiempo. Esto nos enseñará a ser a la vez indulgentes con los que nos precedieron y modestos con los que nos siguen en la lucha por la vida. Nada da la medida de la verdadera edad del hombre como su curiosidad. La expresión genuina de la vitalidad, no es la fuerza física ni el ímpetu erótico, sino la curiosidad. El ser curioso es lo contrario de ser frívolo (v. gr. Yolanda Díaz). Y así como el abandono de los deberes depende de la frivolidad, su cumplimiento, el cumplimiento del deber y de esa forma suprema de sentir lo que es inventar el deber nuevo, nace de la curiosidad. Mientras la curiosidad se mantiene viva, no sólo está el espíritu alerta, sino que se cumple rigurosamente la misión específica que uno se ha impuesto. El afán de mejorar el país, que debe permanecer en el gobernante con cada aurora, es lo que lo alejará de la decrepitud. Por lo demás, a Joe Biden no lo va a salvar ni los injertos del olvidado Voronoff, y es bueno que así sea, porque el pobre está atontado y de hecho ya no puede presidir su país. Mientras, el pueblo americano aguarda impaciente con su mejor esperanza al juvenil octogenario Donald Trump, el presidente más joven desde Kennedy y Reagan. God save America.


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