Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Los de letras sabemos que la filosofía comenzó a ponerse chula con Hegel y su teoría de que lo real es lo racional.
En Madrid, donde nadie sabe qué es bipartidismo, todo el mundo es hegeliano: el gobierno, porque así puede demostrar que cualquier cosa que exista es lo mejor; y la oposición, porque así puede argüir que, dado que el gobierno le parece bastante irracional, no será del todo real, y se impone la tarea de colocar algo más real en su lugar.
Salir de ver “El francotirador”, el último peliculón de Eastwood, y encontrarse con el debate de la Nación en los medios es como tropezar con una pelea de chicas atrevidas (frivolidad vs. realidad) en el barro.
La frivolidad tiene incendiado el mundo, desde Libia hasta Ucrania, pasando por Grecia… y la Carrera de San Jerónimo.
A Libia fue de fin de semana Lévy (¡filósofo-pavo!), y porque le multó un guardia telefoneó a Sarkozy, quien, en compañía de María del Carmen Chacón Piqueras, bombardeó la “jaima” de Gadafi y dejó el desierto como Lavapiés después de una manifestación “antifascista”.
–Cada minuto que pasa es crucial para la democracia –dijo Cándido Méndez, metido a asesor militar de la causa sarko-chaconera.
En el Congreso, Garzón, un curita pecero al que Tania de Rivas dejó sin partido (¡lo que ni Franco supo hacer!), se presenta como portavoz del pueblo para denunciar como en un dramón de Joaquín Dicenta que el pueblo no ve la TV porque no puede pagar la luz (“cárcel de luz, recóndita angostura”, en la visión púbica de Arias Solís).
Desde su nada parlamentaria el curita frívolo nos pinta un Nuevo País cuyo pueblo podrá domiciliar el recibo de la luz en el banco del Alba, que es el de Monedero, padre ecónomo del convento complutense cuyos contratos y facturas son secretos de Estado.
“Aquí no fusilamos al alba”, contestó el padre rector cuando le preguntaron por las cuentas del padre ecónomo. El padre rector es Carrillo, que, en efecto, nunca se levanta hasta después del alba.
Febrero, 2015