domingo, 28 de julio de 2024

Molleda




Ignacio Ruiz Quintano

Abc Cultural


Sale uno de Arco como Bono de Iraq, corriendo. Digo Bono y digo un ministro de Defensa que se declara dispuesto a morir, pero no a matar. Desde luego, ese Bono no es Patton, el general de las siete vidas: cazadorde mamuts en la Prehistoria, hoplita contra los persas, soldado de Alejandro en el sitio de Tiro, Aníbal, legionario romano de César, caballero inglés en la guerra de los Cien Años y mariscal napoleónico. ¿Morir en vez de matar? “Quiero que recordéis –arengaba Patton a sus soldados– que ni un solo hijo de p... ha ganado jamás una guerra dando la vida por su país. La ganó haciendo a otros pobres cabrones idiotas morir por su país.” Ese Bono sólo puede ser Pepe, el hijo de Pepe, el de la tienda.


De las tiendas de Pepes en Arco sale uno corriendo para caer en un mesón donde el caricaturista Molleda –“Ponga usted mejor dibujante de síntesis”, me dice Molleda– exhibe sus huevos: huevos fritos, como los que la vieja de Velázquez fríe en la “National Gallery” de Escocia en Edimburgo. Huevos donde Narciso peligra más que en la fuente: “Jimmy, Answer me !!! Please!!!”, grita un pollito amarillo asomándose al huevo (frito) de Molleda. Al sentimentalismo anglosajón siempre le faltaron huevos. Un día llevaron a Londres huevos de pingüino y Camba los desechó porque sabían a sardinas asadas, aunque a partir de aquel día estuvo años sin tomar sardinas asadas porque le recordaban a los huevos de pingüino.


En su homenaje al huevo frito, Molleda va de huevo en huevo sobre sartén de quincallería china. Es la solera española del huevo único, y ya don Eugenio d’Ors llegó a proponer la abolición académica del singular de la palabra “huevo”. Todo el mundo comía un huevo, aunque la gente, al pedir en la mesa, dijera siempre: “Yo, huevos fritos.” Con la proposición dorsiana, en adelante, quien pidiera “un huevo”, además de una falta de urbanidad, cometería una falta de gramática.


Los chinos son muy suspicaces –por eso tienen los ojos en raya–, y preguntaron a Molleda para qué quería cuatrocientas sartenes de golpe. “Tengo una red de restaurantes de carretera”, contestó Molleda. Y sigue friendo huevos, como aquel rey de Suecia que pidió un día en su cena un huevo pasado por agua y, no siendo atendido inmediatamente por sus criados, se levantó de la mesa y fue a la cocina para prepararlo él mismo, rasgo de humildad que los suecos y las suecas evocan en la costumbre protocolaria de poner al lado del cubierto real un huevo pasado por agua y sostenido en un huevero de oro.


Molleda es un rey flaco de suecos y suecas en Chamberí.


2011


Huevo frito con sartén / Pepe Molleda