lunes, 29 de julio de 2024

El ídolo ultrajado


Mbappé y Cristiano


Ignacio Ruiz Quintano

Abc


Todos estábamos en que la mano de Dios en el fútbol era la de Maradona a Inglaterra en México’86, y llegó Carvajal, a quien incluso Mourinho ha pedido perdón (“no supe verlo”) y mandó a parar. En un país de naturaleza tan servil como España, la mano, una mano de más o de menos, puede poner en juego la vida.


El escándalo de la mano de Carvajal es la confirmación de la parábola del carnero castrado de Santayana como expresión más acabada de la sociedad española: el carnero castrado razona que un amo es menos dañino para el rebaño que una manada de lobos, y brota en él la admiración por la sabiduría del pastor, y hasta recuerda con agrado alguna caricia ocasional que le prodiga.


Para el carnero castrado, esa caricia es todo.


En abril del 34, y al hilo de otra amnistía, esa industria tan española, contaba aquí Fernández Flórez (“Fernando Flores”, lo llaman los periodistas jóvenes) el encontronazo de un ministro monárquico con los socialistas de Prieto. El ministro, refiere el cronista, se había atrevido a pasar ante el tótem de la tribu sin hacer las reverencias de rigor “¡y hasta hay quien dice que con las manos en los bolsillos!”. El gran sacerdote salió a las gradas del templo, golpeándose el rostro y descosiéndose sus vestiduras, para anunciar a la muchedumbre que el ídolo estaba ultrajado y que había que apaciguar la cólera que, sin duda, descargaría sobre todos los hombres del pueblo elegido… El coro de sacerdotes socialistas y conservadores, desplegados en semicírculo, cantaba esta bonita estrofa: “¡Oh, sí, sí; maldición sobre los culpables! ¡La cosa está muy fea! ¡Aquí tienen que dimitir hasta los ujieres! ¡Sí, sí!” Esto impresionó mucho. Los ancianos se sentaron en la plaza, junto al poste, y se pusieron a fumar la pipa de la paz. Todos temían la venganza del tótem. Se le regaló con ditirambos, fueron exaltados sus beneficios, se le reconoció la paternidad de todas las cosas buenas y la protección y vigilancia contra todos los males que podían pesar sobre la tribu.


Lo que quería, para decirlo claro, era la muerte del ministro.


¿Qué ha hecho Carvajal que no pueda zanjarse con una resolución del TC despojándole de sus seis Copas de Europa de sube y baja durante una década por la banda derecha del Real Madrid? Ni siquiera vende camisetas en las que rotular frases de camiseta, pero todos los paniaguados del país que ven en la mano presidencial el dispensador del pienso (“el pensamiento externo”, llama, no por nada, Kant a la mano) se creen en el deber de leerle el “Emilio” de Rousseau al pobre Carvajal, al que algunos confunden con otro Carvajal, "el demonio de los Andes", un salmantino tan duro de roer que cumplió los 84 en una horca del Perú. La mano del mando como campana de Pavlov: España en un fogonazo de magnesio. ¿Quién diría que venimos de ganar la Eurocopa a Inglaterra habiendo dejado en el camino a Francia y Alemania?


Hay dos “souvenirs” que hoy petarían el “merchandising” madridista. Uno, naturalmente, es la mano de Carvajal, que vendría a ser como la mano de Churchill que Boris Johnson refiere en su biografía del mítico primer ministro. Fue en el Archivo Churchill de Cambridge. Nada más entrar, Boris tuvo que retener un grito de alarma: “Allen Packwood, el director, había acudido a recibirme, y parecía estar tendiéndome una mano artificial. Se impusieron mis buenos modales, por supuesto, y estreché su prótesis; y entonces me di cuenta de que era de bronce”:


Acaba usted de estrechar la mano de Winston Churchill –le dijo Packwood.


Era una pieza delicada.


Y el otro “souvenir” es la maqueta del Bernabéu que se trajo Mbappé para su colosal presentación en Madrid. Una maqueta infantil, su osito de peluche, la prueba del nueve de su fe madridista. Lo resumió su madre, Fayza Lamari, en “Le Parisien”: “El Real Madrid es el club más grande del mundo. El martes sentí la diferencia, por ejemplo, con el PSG. El Parque de los Príncipes es extraordinario, pero cuando llegas al Real Madrid sientes el peso de la institución”. El peso de la púrpura, que decía Foxá.


Éste es el peso de la púrpura. La pesadumbre del imperio y del mando.


Mientras en la plaza del mercado los vendedores de crecepelo nos ofrecen sus productos de temporada (Valdano –pensando en Guardiola– a Rodri; Benito –aguantando la risa–, a Laporte, etcétera), Mbappé llena el Bernabéu, en martes y bien de mañana, sólo con ponerse la camiseta con el “9” de Di Stéfano a la espalda. Y en su taquilla, la maqueta del Bernabéu, su cajita de música. ¿La cajita de música de Manuel Machado o la caja loca de Ivan Illich? La cajita de música, para apoyar la sien en ella, escuchando, calladito, encantado, al dulce soniquete del himno de “las mocitas”, de García, Villena y Cisneros. Y la caja loca (un cofrecillo que Illich vio en el escaparate de una juguetería neoyorquina; tenía un interruptor que, al tocarlo, se abría de golpe y aparecía una mano mecánica –¡la mano de Carvajal!–: unos dedos cromados agarraban la tapa, la cerraban y la acerrojaban desde el interior), un juego, ¡el juego!, para la nueva era madridista.


[Sábado, 20 de Julio]