viernes, 27 de enero de 2023

Quitarse el Burke


Philippe Muray

 

Ignacio Ruiz Quintano

Abc


    En esta España delirante (medio siglo de mixtificación política, “haciendo creer a un pueblo, sin poder ni educación, que es el pueblo más libre e ilustrado del mundo”), el simple latido de una “eco” (¡el Nudo Cordiano!) introduce la serpiente en el jardín de la Derecha que cita a Burke, el que hizo de la irresponsabilidad política un dogma liberal (el otro Nudo Cordiano).


    El chapoteo en el aborto tiene a la Derecha atascada en el “Cuento de invierno” de Shakespeare, con un gallego que hace sus cálculos electorales jugando a San Patricio que limpia de serpientes el abrevadero pepero:


    –Veamos: cada 11 corderos dan 28 libras de lana; cada 28 libras de lana hacen una libra esterlina. 1.500 corderos trasquilados ¿qué suma hacen de lana? Es un cálculo que no puedo hacer sin calculador.


    El calculador es Borja Sémper, que no ve mal que el gobierno de España amenace al gobierno de Pucela, proponente del latido de la discordia (nunca mejor dicho), con el artículo 155, Joker o comodín de nuestra arbitrariedad constitucional, cuya esencia recoge, por cierto, Burke cuando, al hablar de Enrique VIII, dice que, si el destino hubiera querido que aquel tirano existiese hoy, “cuatro términos técnicos le habrían bastado para hacer lo que quería”:


    –Sólo hubiera necesitado esta breve fórmula de conjuro: “Filosofía, Luz, Libertad, Derechos Humanos”.


    A nuestros burkistas de salón les gusta de Burke la moderación (el gato por liebre de la prudencia), que en política es el nombre elegante para designar la corrupción: “La moderación en las formas –recuerda un sabio– se impone cuando los extremismos de fondo han pactado la impunidad de sus desmanes: nada más moderado que los modales de los atados al poder con pactos secretos de inmoralidad política”.


    –Ese pactismo no puede dar vida a nada sano, pero da de comer a los historiadores y profesores de la situación, los únicos que se lo toman en serio.


    Mientras el tiburón salpique (“el tiburón se baña, pero salpica”, decía con delicioso cinismo un oligarca cubano de Batista), nuestros ilustrados con nómina del Estado no van a quitarse el Burke, que como filósofo vio venir la independencia americana y el militarismo francés, pero que como político todo lo subordinaba al partido (¡el patriotismo de partido!) y suprimió la representación (la “virtual” es una broma) con su discurso a los electores de Bristol en virtud del cual el diputado elegido en un distrito de Bristol se convierte en representante de toda Inglaterra, con lo cual ya no responde ante nadie, lógica perfeccionada luego por alemanes anglófilos, como Leibholz, para enjaularnos en este Estado de Partidos que niega los tres elementos (representativo, electivo y divisorio) de la “democracia representativa” de Hamilton.


    No tenemos democracia, pero tenemos corazón, cuyo latido divide a los cordicolianos de Cordicópolis (homenaje pepero a Muray) en cordicólatras y cordicócratas.

 

[Viernes, 20 de Enero]