sábado, 16 de noviembre de 2019

Tonto útil

"Yo fui tonto útil y compañero de viaje"


 Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Los comunistas quieren que se les diga “populistas”. Lo tiene dicho nuestro futuro vicejefe de gobierno:

    –La palabra “dictadura” no mola, aunque se trate de la dictadura del proletariado. La palabra “democracia” mola, y por tanto hay que disputársela al enemigo.
    
“Populista”, pues, sería la piel de oveja que viste el comunista, y ahí está Pablemos, nuevo pastor de la parábola con que Santayana describió en “La vida de la razón” la sumisión agradecida del rebaño.

    –La actitud del partido obrero en relación con los demócratas pequeño burgueses debe ser la siguiente: ir con ellos contra la fracción que se propongan derrocar, y oponerse a ellos en todo lo que pudiera asegurarles personalmente el poder.
    
Eso dice Marx, a quien, por ser denso, cambiamos por el ligero Umbral, que fue las dos cosas que un comunista te deja ser a su lado: tonto útil y compañero de viaje:
    
Hay una diferencia. El tonto es, en efecto, un tonto, pero resulta útil para alguna misión, o por tonto o porque se hace el tonto. El compañero marca una categoría intelectualmente superior: se trata del intelectual o artista que, sin militar oficialmente en el partido, presta su firma o su presencia a la causa.
    
El tonto, por tonto, es mitómano, y hoy el tonto es víctima del truco sentimental de Currito, el vendedor de coches de Pemán, que había sido chalán de caballos. Currito se ha fijado en que todo el mundo lleva botoncito en el ojal, símbolo de alguna adhesión benéfica, social o religiosa. Si Currito se ve perdido, corta su rollo mercantil, mira fijamente la solapa del cliente y exclama con voz temblorosa:

    –¡También mi padre fue “de eso”!
    
Por eso los curritos del Foro de Sao Paulo meten ahora riñones en la España del 39, en el Chile del 73 y en la Polonia del 89, mas cómo explicar estos números al estadólatra González Pons, que vive el Parlamento Europeo como vivía el liberal Segurado el palco del Madrid, donde siempre se levantaba a aplaudir, “por señorío”, el gol del equipo visitante.