sábado, 8 de junio de 2019

El baile

El baile de Rivas-Xérif ante las ascuas jesuíticas

Ignacio Ruiz Quintano
Abc

La cola de pavo macroní (pavo republicano) desplegada en Normandía nos tapaba la decisión del Senado francés de restaurar Notre Dame como estaba (“último estado visual conocido”, es su expresión), frente a la “reconstrucción inventiva” que pedía Macron con un concurso de arquitectos que porfiarían por colocar, pinchado en la Flecha de Viollet-le-Duc, un Macron vestido de San Jorge en lucha con el dragón de los chalecos amarillos. ¡Qué “fatalité”!
Manolo Valls, que ejerce de cuñado de Macron en España, ganó fama de filósofo un día que dijo que “ser de izquierdas es desafiar a la fatalidad”, que es como decirse tonto, pues la “fatalité”, si lo es, resulta inevitable, con lo que Valls devendría en el “Mon Beauf” de Cabu, en tanto que cuñado escogido por la “fatalité” para profesar el odio macroní a lo popular.
La “fatalité”, el cuñadismo y la quema de templos nos trae a la memoria el baile de los cuñados, Azaña y Rivas-Xérif, en la quema de “notredames” de mayo del 31 en España: “Estaba ardiendo la Residencia de los jesuitas –anota Xérif–. Acudí a verlo. Una multitud impasible contemplaba los estragos del fuego. Algunos mozalbetes hicieron un corro danzante en demostración de su alegría. Mezcláronse a ellos algunos conocidos, como el poeta festivo Luis de Tapia, mi casero y amigo, siempre juvenil, a quien me uní en la chocarrera zarabanda. Cuando poco después se lo dije con ingenua jactancia a mi cuñado (¡presidente del gobierno!), me contestó que mi baile le había costado unos cuantos millones al ministro de Hacienda, Prieto. Queríame decir que cuantos nos regocijábamos con aquella purificación populachera éramos culpables de la depreciación de los valores públicos en Bolsa y del perjuicio causado a la economía nacional, por la suspensión de no sé qué operaciones en curso con los Estados Unidos”.

Entre el Senado de la República francesa y el Gobierno de la República española media el abismo de lo que, sin darle importancia, llamamos civilización.