Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Con Montero por montera, Cervantes, que da nombre a un Instituto que persigue el español en el mundo (lo demostró Alberto Buela hace un año en Santo Domingo de la Calzada), pues de perseguirlo en España se ocupa el propio gobierno.
Mas a quienes dicen que este gobierno es el infierno diremos que, para Rimbaud, lo pavoroso del infierno no es el fuego, sino que allí no suene nada (“plus aucun son”), y todos los nombramientos de Sánchez nos suenan: Rosa María Mateo, García Montero…
–Granada era una corza / rosa por las veletas.
Sin votar, ya tenemos un ministro de Cultura que no sabe hablar el español y un director del Cervantes que, “a ver / haber”, no sabe escribirlo, pues es poeta de un solo verso (“Tú me llamas, amor, yo cojo un taxi”), que inspiró una copla popular: “Almudena, mi Almudena, / ¿dónde vas, triste de ti? / Voy a ver si cojo un taxi / que me ha fallado Luis”.
Como Rubén, Montero tiene horror a la pobreza, y en los parnasillos lo llamaban cariñosamente El Trepa, pues, yendo de ateo, matrimonió en la parroquia madrileña de Nuestra Señora Flor del Carmelo, obra de Fisac, y “pegó” un Pregón del Corpus en Granada, de mayor relevancia económica que teológica, si se tiene en cuenta lo que Gustavo Bueno explicó a Hughes: la Iglesia topó con Galileo por el atomismo (¡no por el geocentrismo!), que dificultaba el dogma de la transustanciación, y temía la negación del Corpus Christi, esencia del catolicismo.
–Pero un día el ministro Ordóñez dejó de considerar el Corpus como fiesta obligatoria. “Esto es la revolución”, pensé. ¡Y no se han dado ni cuenta!
Montero, en fin, “inquieta gelatina, coco poroso” (Ullán), es hombre de Régimen y poeta de la Experiencia (“poesía social”, cuando Franco), y si todas las anacreónticas de Horacio o Catulo no son más que “la poesía de unos tiempos en que el vino estaba barato”, el verso del señor de Almudénez, como decía José Hierro, no es más que la poesía de un comunista de café a quien el Estado paga los taxis.