Medina Azahara
José Ramón Márquez
Cuando el portero enchufaba la lucecita de su moderno terminal al llamado código QR de la entrada nos enteramos, por un comentario de dos personas que entraban al lado, de que la selección española de balompié había quedado eliminada del campeonato de Rusia. Para los aficionados a los toros, labrados a base de tardes y tardes de desengaño, sensación de fracaso y expectativas no cumplidas, eso es menos que nada, como puede comprenderse, y como muestra basta este botón: nos vamos a Las Ventas a ver la novillada de María Cascón pensando en la novillada del año anterior, pensando en que sacamos al mayoral a saludar, pensando en lo aparente de presentación que fue, en lo pareja y equilibrada que resultó, en su comportamiento marcado por la casta tanto como por la franqueza en la embestida, con su poquito de mansedumbre, siempre tan interesante y, para que no nos acostumbremos a lo bueno, ahí nos pusieron hoy a los ochocientos que nos acercamos a la Monumental a echar la tarde, la cara b del single, la cara demoníaca de la mansedumbre más patente, del descaste manifiesto, de la presentación tomada por los pelos, de la blandenguería de flan Potax. ¿Qué demonios ha pasado en un año, Juan Luis y Carolina? ¿Qué virus ha atacado al ganado para que hayamos pasado de cien a cero en un año menos dos días?
Al final la novillada ha estado a punto de acabar en concurso de ganaderías, pues han sido despachados desde el complejo carcelario de Florito animales de hasta cuatro hierros distintos. La propuesta ganadera de la tarde se debatió entre los problemas de la movilidad reducida y osteopatía de los cascones que se anunciaban, complementados con un juampedritis de Encinagrande ande o no ande (que no andaba), un San Martín que quiso compartir la mitad de sus pitones con los pobres, echando uno de ellos al suelo, y un guateles de Hato Blanco que casi es el que salvó los muebles ganaderos, sin ser un dechado de nada. Si a esa deprimente actuación del ganado sumamos el poco interés de los picadores por medio simular que cumplían en su tajo y la inexplicable desbandada de banderilleros, ya tenemos la tormenta perfecta para dar fin de la tarde de la manera menos halagüeña que concebirse pueda. Para que el lector se haga una idea de cómo iba la tarde, a las ocho menos un minuto estaba doblando el segundo de la tarde, a las ocho y cinco minutos se estaban llevando los bueyes al unicornio de San Martín y a las nueve menos un minuto arrastraban los benhures al cuarto. Menos mal que corría una brisilla grata y refrescante.
Los diestros contratados (es un decir, porque lo mismo les ha costado los cuartos venir) eran Borja Álvarez, Daniel Crespo y Fernando Flores.
Borja Álvarez se puede decir que ha quedado inédito: su primero se partió una mano, probablemente gracias al pésimo estado del ruedo, justamente en el inicio de su trasteo, por lo que no hubo opción. Es de reseñar que el novillo, Farderito, número 21, se había llevado su peso en capotazos antes de lo de su problema óseo, que hay que ver la de trapazos que llevaba el animal encima cuando se lesionó. Las gentes se pusieron tiernas con lo de la fractura e increpaban a berridos a Borja para que matase inmediatamente al toro, como si en vez de un estoque portase un AK47, y no le toleraban que intentase medio prepararse para entrarle con unas mínimas garantías. Su segundo fue un colorado, Malaguito, número 27, que parecía encastado con un opossum o un koala por la lentitud y el aire mortecino de sus movimientos. Su momento estelar fue cuando saltó al callejón en capotes, frente al 9, y luego lo volvió a intentar junto al burladero del 10, pero ahí ya se había quedado sin fuerzas a causa del salto anterior. En banderillas, tras tres pasadas llevaba tres palos en la espalda y al final fue Manuel García-Seco quien salvó el honor de los de plata dejando el par clavado en la anatomía del buey. La faena de Borja Álvarez se desarrolló rodeada de protestas al novillo y nadie le hizo caso al novillero. Ya puede invitar a almorzar al Presidente del festejo, el popular Don Caoba, por el favor que le hizo dejando en el ruedo esa inmundicia colorada. Sería de justicia que se le volviese a anunciar, porque en esta tarde no ha tenido opción alguna de exponer su toreo.
Daniel Crespo vio como trabajaban los bueyes para llevarse al segundo y en seguida tuvo de repuesto a un castaño que llevaba marcado el número 10 y que atendía por Jareño, de Encinagrande, que no desentonaba en absoluto de los Cascón en cuanto a falta de fuerzas, descaste y sosería. Crespo se puso espesísimo y lo que cosechó de manera más neta fue un aviso, simple recordatorio de que estuvo demasiado tiempo de porfía con el de Encinagrande, sin que en tanto tiempo despertase mínimamente el interés de la parroquia, a excepción de los que él hubiese traído a la Plaza. El quinto era de Cascón. Su nombre, Liebrito, y su número el 23 y era exactamente igual que sus antecesores y que los que le siguieron, se medio tragaba dos y en el tercero arreaba un cabezazo venciéndose, así una y otra y otra y otra vez hasta que le tocaron el aviso. Lo mismo se lo tomó el chico como un entrenamiento y quiso apurar el tiempo.
A la postre el que trajo algo de interés a esta tarde tan aciaga fue Fernando Flores, apoderado por El Gallo de Morón, a quien hemos visto matar sin muleta en los ochenta. De la cosa de los sobreros le tocó en tercer lugar el de Hato Blanco, Soñador, número 79, que fue con diferencia el toro más normal de la corrida. Le vio muy bien Fernando Flores la distancia al toro y le propuso cites acaso algo acelerados, obteniendo sus mejores resultados con la mano izquierda, con ligazón y quedándose en el sitio; luego, con la derecha, la cosa bajó de intensidad al caer hacia atrás quedándose descolocado la mayoría de las veces. Mató de una certera estocada arriba, tomada en corto, de efecto fulminante. Su segundo tenía menos claridad que su primero y Flores perseveró en lo mismo que se dijo de él respecto del primero. No acabó de ligar tan bien los naturales, abusó del pico, volvió a tomar ventajas en su trasteo con la derecha, y aunque inició la faena con distancia, acabó ahogando mucho la embestida del novillo, ya de por sí bastante ahogado de nacimiento. Con un pinchazo señalado arriba, otro sin soltar la mano y una estocada haciendo guardia, sin que sus peones se inmutasen en intentar sacar el estoque puso fin a su actuación. Apetece volver a verle, tiene que pulir defectos pero parece que tiene cierta personalidad.
En un momento dado, durante la lidia del sexto, varias voces pidieron desde diversas partes de la Plaza: “¡Fuera la Empresa!”. Ésta de hoy ha sido la última corrida de domingo, ya que durante el mes de julio las corridas de la Monumental de Las Ventas serán nocturnas en viernes en lo que es otro paso más en contra de la Plaza en su condición de plaza de temporada y, probablemente, una vulneración del Pliego. Mientras tanto, salvo una breve nota de la Asociación El Toro, no se conoce reacción de nadie más a la nefasta noticia de la pretendida miniaturización del ruedo de Las Ventas, lo cual refuerza la idea de que en este mundillo de paniaguados quien más quien menos debe un favorcillo al Gerente de la Plaza o cobra su pequeña subvención de la CAM, como para ponerse enfrente de nada. Los toros siempre han sido el más perfecto espejo de la sociedad.
Al final la novillada ha estado a punto de acabar en concurso de ganaderías, pues han sido despachados desde el complejo carcelario de Florito animales de hasta cuatro hierros distintos. La propuesta ganadera de la tarde se debatió entre los problemas de la movilidad reducida y osteopatía de los cascones que se anunciaban, complementados con un juampedritis de Encinagrande ande o no ande (que no andaba), un San Martín que quiso compartir la mitad de sus pitones con los pobres, echando uno de ellos al suelo, y un guateles de Hato Blanco que casi es el que salvó los muebles ganaderos, sin ser un dechado de nada. Si a esa deprimente actuación del ganado sumamos el poco interés de los picadores por medio simular que cumplían en su tajo y la inexplicable desbandada de banderilleros, ya tenemos la tormenta perfecta para dar fin de la tarde de la manera menos halagüeña que concebirse pueda. Para que el lector se haga una idea de cómo iba la tarde, a las ocho menos un minuto estaba doblando el segundo de la tarde, a las ocho y cinco minutos se estaban llevando los bueyes al unicornio de San Martín y a las nueve menos un minuto arrastraban los benhures al cuarto. Menos mal que corría una brisilla grata y refrescante.
Los diestros contratados (es un decir, porque lo mismo les ha costado los cuartos venir) eran Borja Álvarez, Daniel Crespo y Fernando Flores.
Borja Álvarez se puede decir que ha quedado inédito: su primero se partió una mano, probablemente gracias al pésimo estado del ruedo, justamente en el inicio de su trasteo, por lo que no hubo opción. Es de reseñar que el novillo, Farderito, número 21, se había llevado su peso en capotazos antes de lo de su problema óseo, que hay que ver la de trapazos que llevaba el animal encima cuando se lesionó. Las gentes se pusieron tiernas con lo de la fractura e increpaban a berridos a Borja para que matase inmediatamente al toro, como si en vez de un estoque portase un AK47, y no le toleraban que intentase medio prepararse para entrarle con unas mínimas garantías. Su segundo fue un colorado, Malaguito, número 27, que parecía encastado con un opossum o un koala por la lentitud y el aire mortecino de sus movimientos. Su momento estelar fue cuando saltó al callejón en capotes, frente al 9, y luego lo volvió a intentar junto al burladero del 10, pero ahí ya se había quedado sin fuerzas a causa del salto anterior. En banderillas, tras tres pasadas llevaba tres palos en la espalda y al final fue Manuel García-Seco quien salvó el honor de los de plata dejando el par clavado en la anatomía del buey. La faena de Borja Álvarez se desarrolló rodeada de protestas al novillo y nadie le hizo caso al novillero. Ya puede invitar a almorzar al Presidente del festejo, el popular Don Caoba, por el favor que le hizo dejando en el ruedo esa inmundicia colorada. Sería de justicia que se le volviese a anunciar, porque en esta tarde no ha tenido opción alguna de exponer su toreo.
Daniel Crespo vio como trabajaban los bueyes para llevarse al segundo y en seguida tuvo de repuesto a un castaño que llevaba marcado el número 10 y que atendía por Jareño, de Encinagrande, que no desentonaba en absoluto de los Cascón en cuanto a falta de fuerzas, descaste y sosería. Crespo se puso espesísimo y lo que cosechó de manera más neta fue un aviso, simple recordatorio de que estuvo demasiado tiempo de porfía con el de Encinagrande, sin que en tanto tiempo despertase mínimamente el interés de la parroquia, a excepción de los que él hubiese traído a la Plaza. El quinto era de Cascón. Su nombre, Liebrito, y su número el 23 y era exactamente igual que sus antecesores y que los que le siguieron, se medio tragaba dos y en el tercero arreaba un cabezazo venciéndose, así una y otra y otra y otra vez hasta que le tocaron el aviso. Lo mismo se lo tomó el chico como un entrenamiento y quiso apurar el tiempo.
A la postre el que trajo algo de interés a esta tarde tan aciaga fue Fernando Flores, apoderado por El Gallo de Morón, a quien hemos visto matar sin muleta en los ochenta. De la cosa de los sobreros le tocó en tercer lugar el de Hato Blanco, Soñador, número 79, que fue con diferencia el toro más normal de la corrida. Le vio muy bien Fernando Flores la distancia al toro y le propuso cites acaso algo acelerados, obteniendo sus mejores resultados con la mano izquierda, con ligazón y quedándose en el sitio; luego, con la derecha, la cosa bajó de intensidad al caer hacia atrás quedándose descolocado la mayoría de las veces. Mató de una certera estocada arriba, tomada en corto, de efecto fulminante. Su segundo tenía menos claridad que su primero y Flores perseveró en lo mismo que se dijo de él respecto del primero. No acabó de ligar tan bien los naturales, abusó del pico, volvió a tomar ventajas en su trasteo con la derecha, y aunque inició la faena con distancia, acabó ahogando mucho la embestida del novillo, ya de por sí bastante ahogado de nacimiento. Con un pinchazo señalado arriba, otro sin soltar la mano y una estocada haciendo guardia, sin que sus peones se inmutasen en intentar sacar el estoque puso fin a su actuación. Apetece volver a verle, tiene que pulir defectos pero parece que tiene cierta personalidad.
En un momento dado, durante la lidia del sexto, varias voces pidieron desde diversas partes de la Plaza: “¡Fuera la Empresa!”. Ésta de hoy ha sido la última corrida de domingo, ya que durante el mes de julio las corridas de la Monumental de Las Ventas serán nocturnas en viernes en lo que es otro paso más en contra de la Plaza en su condición de plaza de temporada y, probablemente, una vulneración del Pliego. Mientras tanto, salvo una breve nota de la Asociación El Toro, no se conoce reacción de nadie más a la nefasta noticia de la pretendida miniaturización del ruedo de Las Ventas, lo cual refuerza la idea de que en este mundillo de paniaguados quien más quien menos debe un favorcillo al Gerente de la Plaza o cobra su pequeña subvención de la CAM, como para ponerse enfrente de nada. Los toros siempre han sido el más perfecto espejo de la sociedad.
Corrida de expectación
Escena galante en el desolladero
La línea de sombra
Álvarez, Crespo, Flores
Forja y orín
Bodegón venteño
Lazo rojo
Lo que queda de (la bandera) España
Don Caoba en su nido