Hoy es un fue
Medina Azahara
Francisco Javier Gómez Izquierdo
Cuatro horas antes del partido de la selección española contra Rusia, Córdoba “la vieja” o Medina Azahara o la Ciudad Brillante como ustedes la conozcan, era reconocida por la Unesco patrimonio de la Humanidad. La espléndida ciudad que tuvo que ser, a juzgar por sus ruinas, recibía el reconocimiento mundial que ya tenía ganado entre expertos, visitantes y los mismos cordobeses al mismo tiempo que la mejor selección de fútbol que jamás haya tenido España se derrumbaba también ante el mundo agujerada por ese gusano de la decadencia que inocula destemplanza en el cuerpo y tristeza en el alma.
La selección, es posible que por ser moda en el país, me ha parecido triste. Muy triste. Tristeza descomunal en Silva de cuya incomprensible titularidad aún me hago cruces; en De Gea, tristísimo con medalla; en Piqué y Ramos a ratos absortos en el paraíso del tedio; en Iniesta, disimulada por su natural y triste faz; en el mismo Costa, triste en su soledad; tristeza con ventanas a la calle en Hierro; y hasta Isco alegre y verdadero trasto desde cadete soltaba notas tristes y lánguidas desde su fútbol artístico. De un arte triste. Con barba triste y sudor inútil. Nada que ver tanta tristeza con la seriedad que se precisa para afrontar un Mundial.
El equipo de Cherchesov yo creo que no tiene historia y ni siquiera presente, porque es tan poquita cosa que no se precisan excesivos estudios para derribar su resistencia. Con un mínimo de espíritu y contundencia hubiera bastado, pero ayer nuestro equipo no soltó la tristeza ni cuando marcó el gol. Ramos, en un desvarío más, le dijo a la cámara que luego llamaba para explicar a no se sabe quién el gol que él había marcado con el tacón de Ignasievitch, el central jubilado de un equipo tan limitado que las pasaría canutas para mantenerse en la Segunda División de mis tribulaciones.
Ayer nuestro equipo acabó bloqueado y con síntomas de moribundez, en primer lugar -es opinión muy particular- por la insólita deserción de Lopetegui, general de una taifa victoriosa; en segundo por el errático proceder del nuevo general circunstancial, más atento a lo que hablan y escriben áulicos tribuletes que a sacar al que mejor entrena (Asensio estaba en el campo como de prestado, un poco aparcado y sin aparente voluntad); y en tercero y con más responsabilidad por ese funesto nuevo presidente de la FEF que cortejado, como aquel Sulaiman al Mustáin, por obtusos bereberes, es capaz de destruir en un pispás el esplendor de nuestro fútbol nacional. El nieto de Abderramán el tercero no tuvo reparo en arrasar con la ciudad palatina de Madinat al Zahara setenta años después de ser levantada por su abuelo para que los musulmanes no afines -las otras taifas- del califato supieran qué barbaridades era capaz de cometer con tal de plantar sus reales “güevos”.
Estoy tan decepcionado que anoche en la mina pensé que ojalá que mi chico que sólo ha conocido el lado más bonito del fútbol español y al que los Katalinsky, Cardeñosa, Eloy ó Paff le suenan a pleistoceno, no llegue a mi edad recordando la preciosa y precisa levedad de Iniesta, la sabiduría de Luis Aragonés, la maestría de un tal Xavi, mientras mira cómo España se juega otra vez a los penaltys ante Andorra la clasificación para el Mundial de Túnez. Nostálgico como un servidor cuando subo a Medina Azahara y miro la mezquita arrasada y el estanque vacío frente al salón rico que hace más de mil años, dicen las crónicas, llenó de azogue el primer califa. Dios nos libre de gestores del fútbol semejantes a los que cierran el yacimiento en pleno puente de mayo porque el día uno es fiesta para los obreros. Mis amigos -vinieron a verme diez recién operado- y unos cientos de personas más, hace dos años, tuvieron que volver a Burgos sin poder visitar la ciudad a la que ayer dieron un campeonato mundial.