Cary Grant
La novia era él
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
En un Régimen en que todos sus servidores parecen salidos de la pluma de Salas Barbadillo, Don Guindos da la nota de personaje de Agustín Moreto, y Margarita Robles no lo quiere en el Banco Central Europeo, donde va a llegar a trabajar como Santayana llegó a cenar al Banco de Inglaterra.
–¿Al Banco, señor? –preguntó, burlón, el cochero–. El Banco estará cerrado, señor.
Robles es una de nuestras grandes Margaritas, con Nelken (ahí lo dejamos) o Salas, académica de la Española por sus estudios sobre el bacteriófago Jeremiah. Robles es “jurista de reconocido prestigio” desde que descubrió la ciencia constitucional:
–Con la Constitución del 78 no se puede convocar un referéndum de autodeterminación en Cataluña, pero cambiándola, ¿por qué no?
Ahora descubre que colocar a Don Guindos en el Banco es ofender a la mitad femenina de España, con lo que a Don Guindos sólo le quedará hacer de Cary Grant en “La novia era él”, pero con Draghi en la silla de Howard Hawks.
Al ser España país de políticos que juecean y jueces que politiquean, Robles, yendo y viniendo del Supremo al Partido, parece un bosón zascandil del artículo 16 de la Declaración de Derechos, o más nuestro, una zambra mora sobre la tumba de Montesquieu, el manisero del Castillo de la Brède.
Robles fue de los quince socialistas que, en contra de lo acordado, votaron “no” a Rajoy, que tampoco les parecería lo bastante femenino, y para zafarse de los 600 euros de multa de su Partido por saltarse el “mandato imperativo” de abstenerse invocaron la prohibición constitucional del “mandato imperativo”, argumento, por cierto, que anularía todas las leyes españolas aprobadas por “mandato imperativo” de los partidos desde 1978, pero los juristas (y juristos) de guardia resolvieron que en España el lenguaje constitucional no es sino otra manera curiosa de hablar. Como la de Don Guindos, nuestro lindo don Diego en Fráncfort (sin saber que lo difícil es llevar dinero a los bancos, no llevárselo de ellos).