Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Regreso triunfal, ¡a los 93!, de Chirino, Gran Señor de las Galaxias Espirales, con una antológica en la Marlborough de Madrid.
–La espiral, que simboliza el umbral de la vida a la muerte, es la figura por antonomasia –nos dejó dicho un Gaudí vienés, Hundertwasser, a quien la línea recta se le hacía “ruin”.
Como a Chirino, gran señor capaz, sin embargo, de plantar con sus manos un camino de cipreses, oh cipreses de Valyunque, mástiles de soledad (“prodigio isleño”), ajenos a las intuiciones especulativas de lo estético, donde los movimientos del espíritu no son los de una flecha, “sino los de la espiral ascendente y retrógrada al mismo tiempo” (Steiner), como la escalera de la biblioteca de Montaigne, cuya casa (“chez Montaigne!”) visitan ahora nuestros liberales de Embassy pletóricos de la jaquetona psicología de caracolillo (el caracolillo de Estrella Castro) de Peterson.
Esta postrera antológica de Chirino (“Martín Chirino en su Finisterre”) deja al salir la misma impresión que en Octavio Paz el último capítulo de los “Tristes tropiques” de Lévi-Strauss: densidad y transparencia de cristal de roca, que es hierro, pero hierro animado por una palpitación que recuerda a la vibración de las ondas de la luz.
–Una geometría de resplandores que adopta la forma fascinante de la espiral.
Hilar y deshilar el ombligo, aquel centro del mundo (“enfalos”) que los griegos colocaron en Delfos: ¿qué mejor suelo que la espiral para establecer la morada de uno protegido por los dioses de arriba y los dioses de abajo?
Entre los dioses de abajo, el preferido de Chirino es el “David” de Miguel Ángel. (Sostiene Trevijano que el “David” de Donatello es Hermes, fraude cometido a instancias del obispo, aspirante al papado, por la madre poetisa de Lorenzo de Médici, que no podía, con San Juan Bautista patrono de Florencia, tener en el patio de su palacio la estatua de un dios pagano.)
–Es lo más hermoso que uno puede ver –tiene dicho (desde su Finisterre) Chirino en ABC.