Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Un amigo que estudia la especie me dice que nuestros liberales han cambiado de animal totémico: dejan atrás el cangrejo, crustáceo que avanza a caderazos, como Rivera, y se pasan a la langosta, animal que, según Jordan Peterson, da muy buenos jefes.
Igual que la Falange, al decir de Foxá, fue hija adulterina de Carlos Marx e Isabel la Católica, el psicologismo/organicismo de Peterson sería hijo adulterino de Dum Dum Pacheco y Esther Vilar, con el “Iron John” de Robert Bly bajo el brazo. Su secreto es tocar el punto G de la masculinidad centrista, convirtiéndose en una figura paterna para una generación de hombres que han crecido sin padre.
Si en Madrid das con alguien que pasea una langosta con correa, como hacía el poeta Nerval en París, sabes que es un liberal petersoniano camino de un banquete d’orsiano en Embassy.
–Almuerzo o cena donde se sirve langosta –fue la definición de “banquete” que Eugenio d’Ors propuso para el uso académico.
–Una por barba y caiga quien caiga –contestó don Ramón Menéndez Pidal, que se las comía como Victor Hugo, con cáscara y todo.
En los viveros de langostas, como en los Estados de Partidos, el pensamiento del jefe es el de la tribu, según mi amigo Bonifacio Alfonso comprobó en el Grupo de Cuenca.
Cuenca era “el sople todo el día”, y Zóbel era el jefe que invitaba a comer con el dedo (“tú, tú y tú”) siempre lo mismo: lomo de jalufo con patatas. Bonifacio pidió un día la langosta que hacía guardia en el bar desde tiempo inmemorial. “¿¡Quién va a pagar!?” “¡Pues tú, que me has invitado!” “¡Pues ya no te invito más!” Dicho y hecho.
La langosta de Cuenca era como “Spike”, la langosta sesentona que llevaba una vida socialdemócrata en un tanque y que constituía la atracción del restaurante “Gladstone Four Fish” en Malibú, mundialmente famosa porque Mary Taylor Moore, la chica de la tele, ofreció una recompensa millonaria para liberarla en los mares de Maine, de donde procedía.
Hagan juego, señores.