Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Aquel Domingo de Ramos de 2015, uno, que no era fandiñista, bajó rezando a Las Ventas del Espíritu Santo para que Fandiño saliera vivo, y a ser posible por la Puerta Grande, de aquella tempestad de badanas y cuernos, los más temidos del campo (Palha, Victorino, Adolfo, Cebada, Escolar y Pablo Romero), en que se metió para salvarnos la Tauromaquia (Ariel) devorada por el Taurineo (Calibán). No pudo ser. “En esto de morir, siempre mejor mañana que hoy, debió (de) pensar Iván”, escribió al día siguiente la Selecta Crítica.
–Ese mañana llegó, para desgracia de quienes lo quisimos –contesta hoy Néstor García, apoderado de Fandiño, en un libro sobrecogedor, “Mañana seré libre”, cuya autenticidad deja en frívolo gitaneo de capotes el mareante “Belmonte” de Chaves.
Si, como decía Ruano, en España es perfectamente compatible escribir mejor que Cervantes y pedir diez duros, también lo será apoderar a un torero (“el último torero salido de las capeas de verdad”) y escribir con más corazón que Chaves.
Iván Fandiño, de tirita y oro, murió el sábado, 17 de junio, de 2017, en una plaza landesa, corneado por un toro negro de Ibán en un quite por chicuelinas.
–Aquel toro, nacido a los pies de la sierra del Guadarrama, le dio la libertad que llevaba tanto tiempo buscando.
A Fandiño la copla. No el libro. A Fandiño la copla.
Claro que el de Fandiño no es un libro cualquiera. “No me preguntes cómo murió, porque voy a contarte cómo vivió”, dice a Mara Fandiño el autor, antes de desandar con el espejo stendhaliano la vida de un hombre libre y montaraz por la España profunda de “el que se mueve no sale en la foto”, para la que sólo se empieza a valer el día siguiente de no existir: un retablo solanesco de empresarios y abellas, robiscos y ganaderos, revistosos del puchero, posadas, caminos, sin más paz que “la parra de su casa de Tórtola” ni más plan (¡luego de haber triunfado!) que jugarse la vida para seguir ganándosela.
–Vísteme, que hoy os voy a hacer pasar miedo.
Abc
Aquel Domingo de Ramos de 2015, uno, que no era fandiñista, bajó rezando a Las Ventas del Espíritu Santo para que Fandiño saliera vivo, y a ser posible por la Puerta Grande, de aquella tempestad de badanas y cuernos, los más temidos del campo (Palha, Victorino, Adolfo, Cebada, Escolar y Pablo Romero), en que se metió para salvarnos la Tauromaquia (Ariel) devorada por el Taurineo (Calibán). No pudo ser. “En esto de morir, siempre mejor mañana que hoy, debió (de) pensar Iván”, escribió al día siguiente la Selecta Crítica.
–Ese mañana llegó, para desgracia de quienes lo quisimos –contesta hoy Néstor García, apoderado de Fandiño, en un libro sobrecogedor, “Mañana seré libre”, cuya autenticidad deja en frívolo gitaneo de capotes el mareante “Belmonte” de Chaves.
Si, como decía Ruano, en España es perfectamente compatible escribir mejor que Cervantes y pedir diez duros, también lo será apoderar a un torero (“el último torero salido de las capeas de verdad”) y escribir con más corazón que Chaves.
Iván Fandiño, de tirita y oro, murió el sábado, 17 de junio, de 2017, en una plaza landesa, corneado por un toro negro de Ibán en un quite por chicuelinas.
–Aquel toro, nacido a los pies de la sierra del Guadarrama, le dio la libertad que llevaba tanto tiempo buscando.
A Fandiño la copla. No el libro. A Fandiño la copla.
Claro que el de Fandiño no es un libro cualquiera. “No me preguntes cómo murió, porque voy a contarte cómo vivió”, dice a Mara Fandiño el autor, antes de desandar con el espejo stendhaliano la vida de un hombre libre y montaraz por la España profunda de “el que se mueve no sale en la foto”, para la que sólo se empieza a valer el día siguiente de no existir: un retablo solanesco de empresarios y abellas, robiscos y ganaderos, revistosos del puchero, posadas, caminos, sin más paz que “la parra de su casa de Tórtola” ni más plan (¡luego de haber triunfado!) que jugarse la vida para seguir ganándosela.
–Vísteme, que hoy os voy a hacer pasar miedo.
Aquel Domingo de Ramos