viernes, 22 de marzo de 2013

Marsellesa

La Marsellesa ya sólo tiene sentido en el bar de Rick

Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    El futbolista francés de origen argelino Karim Benzemá no despega los labios al sonar “La Marsellesa” en los partidos del equipo de “Le Coq” y en Francia le llaman poco menos que traidor, y en España, sin más, tonto.

    Ayer eché la tarde, porque vino así, hablando en Casa Salvador de Manuel Benítez “El Cordobés”, que era un tío que al ir a coger el capote para parar al toro acostumbraba escupirse en las manos, que era una cosa que gustaba mucho, porque recordaba a los labriegos con el azadón.

    –¿Por qué hacías eso de escupir? –preguntaron un día a Benítez.

    –Porque los otros dos no tenían saliva.

    A la hora del himno, los futbolistas españoles cuentan con la disculpa de no tener letra.
   

Sin letra, unos miran al suelo, como Piqué, el novio de Shakira, y otros al cielo, como el novio de Pilar Rubio, Ramos, erigido en el Chávez del vestuario del Real Madrid, con su prosodia, su prosopopeya y su “agit prop”.

    Pero ¿y “La Marsellesa”?

    En Madrid han abierto una tienda de guillotinas y ya podemos asegurar que no ha sido Benzemá, que propende a la lírica más que a la épica.

    Benzemá no tiene saliva para acometer “La Marsellesa” antes de un partido.

    Chesterton todavía recordaba los tiempos en que “La Marsellsa” sonaba como la voz humana de un volcán, haciendo temblar a los reyes de la tierra.

    –Pero “La Marsellesa” se oye hoy en las comidas aristocráticas, donde monarcas sonrientes se juntan con grandes millonarios, y es ya menos revolucionario que el “Hogar, dulce hogar”.
    
“La Marsellesa” ya sólo asusta a Benzemá.
    
“La Marsellesa” tiene sentido en el bar de Rick en “Casablanca”, donde no tiene sentido nada, y da para asaltar, como mucho, la Bastilla, donde, por cierto, no había más de media docena de delincuentes comunes. Una gamberrada, si lo comparamos con las cárceles que podrían echar abajo en España los togados de Estrasburgo con el folio de la doctrina Parot en la mano.
    
El “Ábrete Sésamo” de Battiato.