jueves, 28 de marzo de 2013

Una historia del Gran Poder


Juan Araujo fue un extraordinario futbolista del Sevilla FC. Delantero centro goleador. Cuando colgó las botas, montó un taller, un garaje. Disfrutaba de una vida cómoda y plácida. Pero esa felicidad, ese status pronto se vio truncado con la grave enfermedad de su hijo. Araujo lo llevó a los mejores médicos, sin que hallaran remedio alguno para el crío. Devoto como era del Jesús del Gran Poder,aferrándose como un clavo ardiente a su fe, acudía cada tarde a la iglesia de San Lorenzo, a pedirle al Señor de Sevilla que curara a su hijo. Así un día y otro,y otro... hasta que el pobre niño murió una madrugada. Entonces, ciego de ira, con esa rabia trufada de dolor por la pérdida del hijo amad,o fue de luto a San Lorenzo y, encarándose con el Gran Poder, le dijo:

- Que sepas que nunca más vendré a verte. Te pedí por la salud de mi hijo y no has querido salvarlo.

 Se dio media vuelta, caminó por el pasillo hacia la salida de la iglesia y con los ojos arrasados de lágrimas se giró de nuevo hacia el Gran Poder

-  ... así que si quieres verme, vas a tener que ir tú a mi casa...

Pasan los años. Estamos en la primavera sevillana de 1964. Siendo arzobispo D. José María Bueno Monreal se organizó una santa misión, con el fin de avivar la religiosidad popular. Se organizaron numerosos actos en templos e iglesias, predicaciones en barrios y multitudinarias comuniones de enfermos.

La Hermandad del Gran Poder, como todas las demás, fue invitada a salir procesionalmente, y a tal efecto se bajó del altar la imagen del Señor de Sevilla. Andaba el paso por el barrio de Nervión, cuando el cielo empezó a tornarse gris plomo. De repente, empezó a diluviar. Apretaron el paso los costaleros, los músicos  tapaban como podían los papeles de partituras y los parches de los tambores para que no se mojasen.