William Frank Brangwyn
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Descartes, que inventó el cartesianismo en un sueño, recurre a la probabilidad de Dios para poder escapar a la fatalidad de estar solo.
Pero el sueño de Descartes ya no dice nada.
Y cada Viernes Santo vuelve uno al sueño, aterrador, de Jean-Paul Richter: “Discurso de Cristo muerto en lo alto del edificio del mundo: no hay Dios.”
Alguien sueña un cementerio en noche de tormenta frente a una iglesia en ruinas. Los muertos avanzan, temblorosos, hacia la resurrección. Aparece en el cielo un Cristo. Las sombras corren a su encuentro con una angustia violenta: “¿No hay Dios?” Cristo desciende y dice: “He recorrido los mundos, subí hasta los soles y no encontré a Dios alguno; bajé hasta los confines del universo, miré los abismos y grité: ‘Padre, ¿dónde estás?’ Pero no oí sino la lluvia en el precipicio. Y cuando busqué en el mundo inmenso el ojo de Dios, encontré una órbita vacía, negra e insondable. La eternidad descansaba en el caos y lo devoraba lentamente.” Entonces los niños muertos se acercan y preguntan: “Jesús, ¿ya no tenemos Padre?” Y Él, llorando, responde:
–Todos somos huérfanos. Vosotros y yo. ¡Todos estamos sin Padre!
La soledad.
Enorme y amarillo llano donde no sale el día ni llega la noche.
Dios muerto en las calles.
Y por las calles, la Soledad, traducción castellana (“¡Soledad tengo de ti!”) de la intraducible “saudade” portuguesa.
La causa de tener que amar sería la espantosa experiencia de la soledad.
Sin amor, la humanidad no existiría ni un solo día.
Las mujeres de la Pasión son el distingo humano en el cuadro de esta “procesión de una muerte prolongada”: María su madre, María Magdalena, las dos Marías humildes, la Verónica y ese grupo de mujeres que, camino del Calvario, lloran, y que han sido pintadas por Brangwyn para su Vía Crucis, comentado por Chesterton.
–Os imagináis que un sueño ha llegado a su final. ¡Si supierais que la realidad ha llegado a ese final!